POIESIS poesía y existencia

 

Poiesis

POESÍA Y EXISTENCIA



Emilio Ballesteros

Para poder entender y sintetizar mejor las ideas de los autores y autoras de quienes hablo (y que constan en el índice onomástico) me he ayudado de numerosas publicaciones de gentes que aman la filosofía y la estudian o enseñan (o ambas cosas). A todas estas personas, que nombro a continuación y a muchas de las cuales no conozco personalmente, quiero expresar mi más profundo agradecimiento y admiración:


Samir Alarbid, Óscar Alvarado Vega, Blog del alumnado de la Universidad de Zaragoza Posted by forseti4y9 , Pedro Cerezo Galán, Jean-François Courtine, Matías Giarratana, Ignacio González García, Antonio Gutiérrez Pozo, Javier Martín Inzaugarat, Jesús Moreno Sanz, Carlos Isler Soto, Sandra Lázaro, María Paula Lizarazo Cañón, Pedro Antonio Lopepé Iriart, Armando López Muñoz, Lorena Herrera, Vicente Lozano, Yaiza Martínez, Javier Pavez Muñoz, Erick Valdés, Adolfo Vásquez Rocca.

Y a mi amigo Francisco Manuel Arenas, que me dio la idea y el impulso para escribir este libro.




INTRODUCCIÓN:


EL PROBLEMA DEL SER DESDE LA FILOSOFÍA Y LA POESÍA

Ser o no ser. Ese es el dilema, que decía Hamlet en su espléndido monólogo. Pero también podría traducirse el To be or not to be por Estar o no estar, puesto que el To be inglés sirve igual para el ser que para el estar. Y, sin embargo, en español son dos cosas muy distintas. Estar supone una transitoriedad, un “ir de paso”; de alguna forma, casi un “no ser”, pues si se “es”, no solo hay una radicalidad que remita a la raíz, a la tierra, sino que también, aunque sea de forma sublimada, instintiva, casi inconsciente, remite a un sentimiento (tal vez un anhelo) de eternidad. Recuerdo que mi hijo Omar, con no más de cinco años, me preguntó con toda su ingenua rotundidad: papá, ¿antes de nacer yo dónde “estaba”? Todavía no asistía a la escuela de primaria, así que la diferencia entre ser y estar era espontánea en él. Sentía, más que razonaba, que no es lo mismo ser que estar. Si hubiera sido capaz de filosofar, tal vez su pregunta debiera haber sido: papá, antes de yo estar aquí, ¿qué era?, como si Parménides, desde la distancia de los siglos, le hubiera susurrado en un oído su famoso adagio: De la nada no puede surgir algo. Yo, confundido ante su duda, solo supe responderle un prosaico: “hijo, antes de nacer tú no estabas en ningún sitio. No existías”. Ambos estábamos obviando el embarazo, que a los efectos de la pregunta era irrelevante; de eso ya habíamos hablado y fue justo por eso que Omar quería saber “dónde” estaba él antes de ser engendrado, no antes de ser parido. El caso es que, como si por el otro oído, esta vez Empédocles, le susurrara su : Hay que esparcir el logos por las entrañas, mi hijo no se dio por satisfecho con mi respuesta e insistió con su pregunta y lo hizo una y otra vez hasta el cansancio y cada vez con más enfado, y en cada ocasión yo le repetía la misma respuesta, incluyendo el añadido del embarazo de su madre: estabas en la barriguita de mamá, pero antes de eso, en ningún sitio. Todavía “no estabas”; decirle “no eras” no me atreví; no me salió; eso, a pesar de mi agnosticismo de entonces. Aunque yo estaba bien seguro de que, en todo caso, no existía, al menos en la forma corporal que conocemos en la física natural.

Y es que el problema del ser es bien peliagudo y solo los cerebros acomodaticios y dogmáticos y los corazones atrofiados (y todos sabemos que en esta acepción de corazón no me refiero solo al órgano físico que bombea la sangre, aunque pueda incluirlo) tienen respuestas cerradas e inflexibles.

Muchas palabras se han gastado y muchos libros se han escrito sobre eso. Pues bien, aquí tenemos otro. La novedad de este, si es que la hay pues gran parte, si no todo, de lo que aquí se diga ya lo dijo o dejó escrito alguien, es que voy a intentar que se complementen, más que enfrentarse, aunque desde sus orillas opuestas, la filosofía y la poesía. Y como yo soy poeta, más que filósofo, aunque no desdeño el pensamiento y la razón, daré, de forma inevitable para mí, preeminencia a la poesía en su manera de mirar, puesto que en la atención dedicada –en número de palabras- puede ocurrir lo contrario. De hecho, una de las diferencias más evidentes entre filosofía y poesía dijéramos, “a bote pronto”, de primera impresión, es que mientras que la filosofía se extiende en explicaciones, incluso a veces repitiéndose hasta la exasperación, la poesía, por regla general, es breve y concisa. Por eso, a menudo, mientras la filosofía analiza y aclara (si bien a veces de manera harto compleja y difícil de entender), la poesía sintetiza y no es raro que oscurezca, más que aclarar, pero deja un apretón en las vísceras y un murmullo de fondo en el pensamiento que explica sin responder. Más bien, al contrario, abriendo nuevas preguntas.

Pero esto, al fin y al cabo, no es más que primera impresión o a bote pronto, que dije con esa metáfora un tanto chusca sacada del lenguaje deportivo. Tendremos tiempo de reflexionar con más sosiego y profundidad. En este libro vamos a intentar sumergirnos (usted y yo) en el lago de la vida, del ser, pendientes de las dos orillas: la filosofía y la poesía. Y, aunque están enfrente, más que pelearlas lo que vamos a buscar es que se ayuden, que se complementen, que aúnen sus miradas para que la perspectiva sea más amplia y más completa. Para ello me voy a ayudar de las aportaciones de filósofos que nos permitan, hasta donde nos sea posible, “racionalizar” y conceptualizar: definir con sus herramientas lógicas, de pensamiento y análisis; pero también de las de poetas (incluyendo, como parece natural, mi propia poesía; mas no solo ella), que miran desde lo irracional a menudo, que sienten y presienten, que intuyen y “abarcan”, pudiéramos decir “aprehenden”, más allá (o más acá) del análisis y del concepto. En ocasiones, con personalidades como la de Unamuno o Ibn Árabi, que son a la vez poetas y filósofos, o la de María Zambrano, con su “razón poética”, o el propio Nietzsche, que se adentra en el “conocimiento trágico”, que utiliza a menudo recursos más propios de la poesía que de la filosofía –la razón-, caminaremos por sendas híbridas, de una ambigüedad tan peligrosa como estimulante. Y pensemos que de Unamuno, por ejemplo, a pesar de su poesía sesuda y sus libros de pensamiento, Cernuda dejó dicho, en su libro Estudios sobre poesía española contemporánea, que los libros filosóficos de Unamuno son obra de poeta porque en ellos la intuición suple a la razón y el paso mesurado del razonamiento lo sustituye el avance brusco e intermitente de la intuición poética. Y en el caso de Nietzsche, en cuanto que la voluntad de la razón de hacer inteligible de forma radical llega a un límite insalvable, su conocimiento trágico se enfrenta a la oscuridad del mundo y se adentra en el abismo insalvable que separa, a la razón, del ser y de la existencia, en su radicalidad. Y con esa actitud, buscará en el arte –y la poesía- la apariencia, incluso la apariencia de la apariencia; o lo que es lo mismo, el arte será ficción, no órgano de la verdad, pero considerando que el arte vale más que la verdad pues tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad. Para él, el mundo socrático-platónico racional y justo es una mentira inventada para poder soportar la verdad trágica del mundo sin razón mediante la creación de una verdad fuerte, aunque ilusoria, que niega la horrible verdad del abismo. Nietzsche no reacciona con pesimismo ante el dolor de existir, sino que afirma la vida en su dolor trágico y lo enfrenta con una actitud creativa; si bien no puede evitar una violenta separación entre filosofía –entendida como búsqueda racionalista de la verdad- y poesía como camino creativo capaz de enfrentar esa “verdad” ilusoria y absurda. Esta última nos permite vivir en un mundo trágico enfrentando su dolor. Nietzsche, entonces, en lugar de condenar a la poesía por su distanciamiento de la verdad (como ocurre en Platón, Sócrates y el racionalismo positivista y cartesiano), la afirma como fuerza antimetafísica capaz de soportar la verdad mediante el espíritu creativo. Conviene traer aquí a colación un poema de Pessoa que dice:

   AUTOPSICOGRAFÍA

El poeta es fingidor.

Finge tan plenamente

que hasta finge que es dolor

el dolor que en verdad siente.


Y, en el dolor que han leído,

sus lectores a ver vienen,

no los dos que él ha tenido,

sino el que ellos no tienen.


Y así en la vida se mete,

distrayendo a la razón,

y gira el  tren de juguete

que se llama corazón.

No se trata tampoco del sentimentalismo individualista de los románticos, pues lo que vale no es tanto el sentimiento individual, cuanto el acercamiento a la realidad trágica de otro modo, pero común a todos los seres humanos. Valdría aquí recordar lo que T. S. Eliot decía respecto a los poetas, y los artistas en general: Cuanto más perfecto el artista, más completa será en él la separación entre el hombre que sufre y la mente que crea. En su Libro del desasosiego, Pessoa decía también: lo que al final tengo que hacer es convertir mis sentimientos en un sentimiento humano típico, aunque lo haga pervirtiendo la verdadera naturaleza de aquello que he sentido. Por eso el poeta es un fingidor, como puede serlo en Nietzsche o en T.S. Eliot, pero no porque mienta, sino porque se enfrenta a la realidad con las armas creativas de la poesía, que son capaces de “fingir” realidades más verdaderas que las del Yo. En lugar del Yo, lo que está es el Nosotros (toda la humanidad) y un deseo de enfrentarse al mundo sin dejarse vencer por su dolor que es una “verdad” aparente.

Sería curioso, de ese modo, cotejar lo que decía Aristóteles de que la poesía es algo de importancia más grave que la historia, puesto que sus manifestaciones son más bien de la naturaleza de las universales, o de lo eterno, mientras que las de la historia son particulares, que conforman lo múltiple, con lo que dice María Zambrano de que en la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. Nótese que el término “universal” aparece en Aristóteles ligado a la poesía (universales), mientras que en Zambrano lo hace junto a historia y hablando de la filosofía. La diferencia está en que, mientras Aristóteles lo utiliza en un sentido temporal (atemporal, más bien, pues habla de lo eterno, pero relacionado con el concepto tiempo) y con un sentido bastante filosófico, aunque esté hablando de poesía, María lo hace en un sentido más histórico (social, por tanto, aunque no excluya el tiempo) y con una actitud más poética, aunque esté hablando de filosofía; y, aunque esté hablando del hombre concreto, “individual”, lo que encontramos en él es, de nuevo, el “nosotros”, más que el yo, puesto que va tras el “querer ser” de la historia, que la formamos todos los seres humanos como colectivo.

El siguiente paso en la recuperación de la poesía como mirada valiosa de la realidad lo da Heidegger. Si para Hegel (y con él muchos otros racionalistas) el arte como manifestación sensible de la idea es algo del pasado, puesto que no es el modo supremo bajo el cual la verdad se hace existente y el pensamiento y la reflexión han superado el arte bello, Heidegger, frente al positivismo y el racionalismo ilustrado que nos han llevado al desencantamiento del mundo, tal como Weber hizo ver, y que lo han tecnificado convirtiéndolo en un mero recurso cuyo sentido se reduce a cantidad y cálculo, un mundo despojado de vida y seres, en el que solo “existen” objetos y recursos, desvirtuándose y perdiendo su verdad, el alemán propone recuperarse de esta “enfermedad nihilista” y de afán de dominio autodestructivo. Y para ello se necesita un clima espiritual que logre descentrar la razón para que pueda volver al logos mitopoético. Es decir, para Heidegger, el mito no es algo del pasado. Basta con observar hasta qué punto se han mitificado las afirmaciones cientifistas y las supuestas verdades incuestionables de la ciencia; eso, a pesar de que, como Nietzsche nos dice en El nacimiento de la tragedia: ciertas naturalezas superiores, inclinadas a afrontar problemas universales con increíble sensatez, han sido capaces de utilizar el mismísimo armamento de la ciencia con intención de mostrar sus límites y los condicionantes de su conocimiento y así, de paso, impugnar de manera decisiva la arrogancia de la ciencia de poseer una validez universal y unos fines universales.

De lo que se trata para Heidegger es, no tanto oponerse a la razón o invalidar el logos, sino evitar que este olvide lo que fue su fuente y su guía: la dimensión mitopoética. Retomar los mitos poéticos, verdaderos mitos del alma humana, en lugar de estos mitos espurios y degenerados del materialismo tecnicista y prosaico. Heidegger lo que nos dice es que la poesía y la razón están en lo mismo, aunque sean diferentes en su esencia y las separe un abismo. Tal como el propio Heidegger toma de Hölderlin, habitan sobre las montañas más separadas. Son, pues, diferentes, pero viven cerca y ambas han de convivir en una tensión fecunda de colaboración y complementariedad que de modo continuo las remita de una a otra, no como alternativas, sino como complementarias. Se trata, entonces, de que lo vivo (vivido), intuitivo y artístico, y lo conceptual y discursivo se incorporen uno en el otro para permitir una mejor comprensión y acercamiento al verdadero sentir de la existencia.

Ortega ya destacó la gigantesca innovación que supuso la fenomenología de Husserl al recuperar un mundo “con sentido” que rezuma logos y ser por todos sus poros. Un mundo que es algo más que un almacén de recursos y objetos que gastar y utilizar en una existencia cientifista y tecnificada que se ha vuelto ciega a la grandeza –incluso en lo pequeño- y al misterio del ser, al mundo vital en el que existen también las experiencias inexplicables y el saber vital prerreflexivo.

Zambrano nos aclara, aún, que la poesía es un don, hallazgo, gracia; el poeta tiene lo que mira, escucha y mezcla con sus sueños formando un mundo abierto en el que todo es posible y se queda adherido a la seducción de la apariencia; pero no de forma permanente. Ha de tener vuelo que se aleje de la realidad que refiere y se libre de quien lo dice o no habrá palabra ni poesía genuina. La filosofía, sin embargo, es un éxtasis fracasado por un violento desgarramiento. Su método persigue salvar las apariencias y dirigirse al ser oculto en ellas, que se había definido como unidad, pero se percibe como separación y herida. Y, al final, como sin sentido. Como diría Nietzsche, si la razón no puede aclarar la realidad se debe a que la propia realidad carece de sentido y razón: no es justa ni bella, sino abismática, oscura, azarosa y lo que la razón revela es la negrura del ser. El poeta, en cambio, se acerca a esa unidad, que le es dada graciosamente como vivencia, no como concepto, y lo hace sin ejercer violencia sobre las heterogéneas y contradictorias apariencias. Pero es una unidad incompleta, y por eso, ese pathos, ese temblor y estupor poético, se siente como gratuito, frente a la unidad, incompleta también, que la filosofía persigue con tanto ahínco. El filósofo quiere cada cosa porque lo quiere todo, mientras que el poeta no lo quiere todo porque en ese todo puede no estar cada cosa y sus distintos matices. Para Zambrano, poeta es quien ama la verdad no excluyente. Nombra lo que se aparece, sin pretender limitarlo “violentamente”, definiendo. La razón debería desentrañar esas verdades para mostrarlas sin cerrarlas y así seguir fiel a la vida y su “discontinuidad”. Esa es su “razón poética” que exige lo siguiente:

Hay que dormirse en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal, de los diversos campos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio.

Como Heidegger nos recuerda, el término griego poiesis, origen de la palabra poesía, significaba a un tiempo intuición reveladora y creación a través de la palabra.

Hora es, pues, de que dejemos hablar a la poesía en este apartado introductorio y lo haré con cuatro poemas distintos. En primer lugar, la rima XXI de Bécquer, que para una lectura apresurada y superficial puede parecer un piropo rebuscado y cursi a una mujer de ojos azules; pero, si quiere, y eso es lo bello de la apertura de la poesía, se puede disfrutar como un poema a cualquier ser humano (mujer o no) identificando como poesía su “ser”, la vida, con todo el misterio de la existencia. A continuación, “Lo fatal”, de Rubén Darío; poema en el que el maestro nicaragüense nos pone ante el dolor de sentir y el drama de vivir y saberse vivos, pero en la eterna pregunta sin respuesta de nuestro existir. En tercer lugar, “Somos”, de Marcelo García, que en unos pocos versos nos sitúa ante el profundo misterio, tan hermoso como trágico, de vivir. Y por fin, uno mío con el que se abre mi libro El viaje infinito y del que no voy a decir nada porque espero que se explique por sí mismo, tal como se explica la poesía, más con preguntas que con respuestas. Aunque esa misma pregunta lleve un “presentimiento” de respuesta.





XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía… eres tú

Bécquer





LO FATAL

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, 
y más la piedra dura porque esa ya no siente, 
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, 
ni mayor pesadumbre que la vida consciente. 

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, 
y el temor de haber sido y un futuro terror... 
Y el espanto seguro de estar mañana muerto, 
y sufrir por la vida y por la sombra y por 

lo que no conocemos y apenas sospechamos, 
y la carne que tienta con sus frescos racimos, 
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, 

¡y no saber adónde vamos, 
ni de dónde venimos!...

Rubén Darío



SOMOS

El misterio, la emoción, las distancias siderales,

los cúmulos girando y atrayéndose, los labios

que te muerdes cuando las palabras no saben

expresarte, la cumbres más altas en invierno,

los dedos que tocan la corteza de los árboles,

que esperan y esperan y esperan, los corales

que crecen junto a islas que ni el náufrago

conoce, los colores del otoño en las pupilas,

los sueños desgastados por el uso, el camino

que recorres cada día, el viento que despeja

y que confunde, los deseos de las cosas

innombrables que, en vez de esclavizarte,

te liberan. La paz que da saber que la verdad

es la verdad, aunque no puedas explicarlo,

pues no hay nada que explicar, que es suficiente.



Todas las cosas que he olvidado, la memoria

que retiene los detalles imposibles, el perfume

acre de las flores en las tumbas, la primera

vez que te besaron, la primera lágrima de sangre.

Lo que soy, lo que eres, lo que somos.

Marcelo García



DE SERES Y ESTARES

Éramos, no sé dónde ni cómo;

en realidad ni cuándo.

Éramos. Sólo éramos.

Y el estar en el ser nos hacía inmortales en un algo

que es nada desde nuestro estar de hoy.



De repente, del ser, nos hicimos presentes y estábamos.

Y el estar era ya un contar: uno, dos…

Y un contar lo que ocurre en un cuento

que llamamos historia.

Y el destino bajó a nuestro estar

y hubo un antes y un pos

y hubo un tiempo y un final

que llegará algún día.



Pero en ese final del estar,

¿qué tendrá que decirnos el ser

que aún está no sé dónde ni cómo

y en realidad ni cuándo?

Emilio Ballesteros





















1

EL SER Y LA NADA

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada. 
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

José Hierro



¿Todo para nada? Lo dice José Hierro en su poema, pero es una pregunta que mucha gente se hace y que, con frecuencia, genera una enorme angustia existencial. Sin embargo, hay otra, menos explícita, pero que también nos hacemos los seres humanos, a poco que nuestra conciencia tenga un mínimo de inquietud y curiosidad: ¿Todo de la nada?

En un programa de televisión se la hicieron a un científico cuyo nombre no recuerdo ni tampoco tiene mayor interés, pues no es más que una muestra de cientos de doctores y gentes eruditas, pero de fácil contentamiento con su credo. Se la formularon de la siguiente forma: Doctor, ¿antes del Big Bang qué había? Su respuesta no pudo ser más tajante y escueta: No había nada, puesto que no existía el tiempo. El entrevistador lo miró, no sé muy bien si con asentimiento beato o con cierta incrédula insatisfacción, pero el caso es que no insistió y pareció dar por buena la respuesta. A mí, desde mi asiento de televidente, me pareció que lo oportuno en ese instante es que hubiera aparecido el conejito Bugs Bunny diciendo aquello de: Eso es to, eso es to, eso es todo amigoooos…

¡Señor doctor! ¿Así de fácil? Se le supone y se le pide una actitud científica, no religiosa y beata que suelte un dogma (laico en este caso, pero no por ello menos dogma) como si fuera una verdad indiscutible y apriorística que viene por vía de inspiración no se sabe bien de dónde ni de qué. Puede ser incluso tierno verle intentar re-ligare a sus creyentes; pero resulta patético que lo presente como una verdad científica. Veamos: antes del tiempo lo que había era nada:¿el vacío absoluto, tal vez, a 270 grados Celsius bajo cero o 2,73 Kelvin (bajo cero, claro)?, ¿o algo todavía más inmaterial, en donde ni el concepto de materia aparece como posibilidad? ¿Es el No-tiempo? Porque si no hay tiempo debe haber un no-tiempo, ¿no le parece, doctor? Y ese No-tiempo, aunque sea en negativo y en total oscuridad, ¿es la eternidad?, ¿o esa palabra hiere su sentido religioso una vez más? Bien, respetemos entonces sus creencias, pero dígame, doctor: ese No-tiempo ¿es también un No-lugar?, ¿o espacio y tiempo son la misma cosa? Y esa oscuridad, ¿es ausencia de luz, podríamos decir que “luz en potencia”, para utilizar un término de origen aristotélico? ¿O no es pura y simple Nada? Y si la Nada es, en qué consiste ese Ser suyo que es Nada, ¿cómo puede entonces “ser”?

Las palabras nos enredan, ¿no le parece, doctor? Nos adentran en territorios por los que apenas somos capaces de vagar a ciegas buscando la verdad. Desde luego no es con los ojos como la podemos encontrar; Saint-Exupéry, en su principito, ya nos advirtió de que lo esencial es invisible a los ojos. Aquello de que de la nada no puede surgir algo lo dijo Parménides, pero podríamos decir que todos los presocráticos lo pensaban. Eran unitarios, aunque no hablaban de Dios, sino del Ser. La religión es, a menudo, más una cuestión de poder (para re-ligare) y de ritos de adoración que incluyen dogmas que no se pueden discutir. Pero incluso libros que, en principio, parecen de religión, pueden ser menos ciegos y cercenantes que una actitud como la suya, doctor. Piense, por ejemplo, en esa rotunda afirmación del Corán (ya lo es en español, pero en árabe tiene una sonoridad aún más rotunda): Dice sé y es. El Dice lo “dice” el Corán, no yo. Es la palabra creando. Y fíjese lo que dice el evangelio de S. Juan: En el principio fue el verbo. La palabra, otra vez. La poiesis de los griegos, como nos recuerda Heidegger. ¿Es la palabra, entonces, la que crea? Pues, a decir verdad, crear no sé si creará, pero meternos en dudas y preguntas de difícil respuesta sí que lo hace. Y tener la absoluta certeza de que hay una Eternidad, un absoluto unitario del que todo viene y al que todo va que solemos llamar Dios, no podemos tenerla. Pero tampoco podemos tener la certeza de lo contrario y de ahí esa angustia que nos persigue, unas veces de forma más atosigadora que otras. Y al final, se trata de querer: uno cree lo que quiere, que hay Dios o que no. Pero en ambos casos lo que tenemos, queramos o no, es una creencia. Unamuno viene a decirlo así: Ni, pues, el anhelo vital de inmortalidad humana halla confirmación racional, ni tampoco la razón nos da aliciente y consuelo de vida y verdadera finalidad a ésta. Mas he aquí que en el fondo del abismo se encuentran la desesperación sentimental y volitiva y el escepticismo racional frente a frente, y se abrazan como hermanos. Y va a ser de este abrazo, un abrazo trágico, es decir, entrañadamente amoroso de donde va a brotar el manantial de la vida, de una vida seria y terrible.


Pretender demostrar su existencia mediante la lógica, como Santo Tomás y la Escolástica o como Spinoza en su Ética, puede resultar penoso de seguir al ver el imposible a que se abocan; aunque en sus libros tengan cosas de extraordinaria belleza y acierto. Pero más penoso todavía es pretender poner nuestra mirada (la humana) como si fuera Dios y hacer preguntas como esas de : Si Dios es Omnipotente y Bueno, ¿por qué permite el mal y el dolor? En eso, Spinoza afina mucho en su Ética: Muchos acostumbran a argumentar así: Si todas las cosas se han seguido de la necesidad de la naturaleza de un Dios perfecto del todo, ¿de dónde vienen tantas imperfecciones en la Naturaleza?, es decir, de dónde viene que las cosas se corrompan hasta la fetidez, que sean repungnantes hasta producir náuseas, de dónde provienen la confusión, el mal, el pecado, etc. (…) la percepción de las cosas debe estimarse solamente por su naturaleza y por su poder, y no son más o menos perfectas porque ayudan u ofenden los sentidos del hombre, convengan o repugnen a la naturaleza humana. En todo caso, eso de “a su imagen y semejanza” podrá referirse a la conciencia y la palabra; pero el Corán dice, en cambio: Di: Él es Allah, Uno. Allah, el Señor Absoluto. No ha engendrado ni ha sido engendrado. Y no hay nadie que se Le parezca. Bueno y malo siempre son conceptos relativos. Para un león es bueno comer ciervo, pero es malo para el ciervo que el león se lo coma. Un terremoto es malo para quienes sufren la devastación y el dolor que provoca, pero es bueno para la tierra que se regenera y mueve sus placas tectónicas. Como seres humanos tenemos todo el derecho del mundo a intentar hacer desaparecer las epidemias y las guerras y que, en todo caso, los guerreros no sean crueles ni sanguinarios. Pero son guerras, a menudo crueles, las que han permitido que la técnica avance (usted no se plantea no subir a un avión porque ese invento vino gracias a los avances en la ingeniería militar) y que los imperios la extiendan (y a menudo la impongan) por muchos lugares atrasados (subdesarrollados se dice; como si el único desarrollo que importa fuera el tecnológico, a costa de lo que sea). Y eso vale para egipcios, griegos, persas, romanos, árabes, turcos, mongoles, españoles, británicos, yanquis, chinos y tantos más. Y es esa técnica la que también nos permite, por ejemplo, curar enfermedades con maquinarias complejas (algunas inventadas a partir del invento de la bomba atómica), desplazarnos en transportes rápidos y eficaces por todo el mundo, comunicarnos con facilidad y rapidez, etc. etc. Y hay sagas literarias de pueblos como los nórdicos, los vikingos, etc., que ensalzan el valor y el afán guerrero (no exento de sangre y muerte) como de sus principales razones de ser. Es decir, sin salirnos siquiera de las “miradas humanas”, no podemos pretender que nuestro bien y nuestro mal sean el bien y el mal absolutos. Si queremos acercarnos a “la verdad”, así, en absoluto, aunque del todo no la tengamos a nuestro alcance, hemos de mirar, como Nietzsche nos indica ya desde el título de uno de sus libros, más allá del bien y del mal. Y tendremos que tener una moral, claro que sí; es la única manera de ordenar nuestra convivencia. Pero para entender la realidad tendrá que ser otra la mirada; capaz de, sin dejar de ser humanos, porque no podemos, mirar con ojos –o sentimientos e ideas- no humanos también.

Entonces, doctor, no me venga con simplezas de conejito de dibujos animados y analicemos con amplitud de miras y apertura mental. Seamos, hasta donde sea posible, doctos; y, todavía más, poéticos cuando sea necesario. Y siempre capaces de asumir que en cada momento habrá cosas que no podemos abarcar.


Ser o no ser, esa es la cuestión.

¿Cuál es más digna acción del ánimo,

Sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,

U oponer los brazos a este torrente de calamidades,

Y ponerles fin al oponérseles? Morir: dormir.

¿No más? ¿Y por un sueño, diremos que se acabaron

Las aflicciones y los dolores sin número,

Patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término

Que deberíamos solicitar con ansia. Morir: dormir...

¿Dormir? Tal vez soñar. Sí, y ved aquí el obstáculo,

Porque el considerar qué sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro

Cuando hayamos abandonado este despojo mortal,

Es razón poderosa para detenernos. Esta es la consideración

Que hace nuestra infelicidad tan larga.

¿Porque quién aguantaría los implacables azotes del tiempo,

La violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios

Las angustias de un mal pagado amor, la lentitud de los tribunales,

La insolencia de los empleados y los insultos

Ese paciente mérito que reciben los indignos

Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud

Con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanto agobio,

Sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta

Si no fuese por el temor a que hay algo después de la muerte,

Aquel país desconocido de cuyos límites

Ningún caminante retorna, nos desconcierta,

Y nos hace sufrir los males que tenemos;

Antes que ir a buscar otros que no conocemos?

Así que la conciencia sí nos hace a todos cobardes,

Y así color natural del valor

Se debilita con los barnices pálidos del pensamiento,

Y las empresas de mayor importancia

Por esta sola consideración cambian de dirección,

Y no ejecutan y se reducen a designios vanos.

Schakespeare. Monólogo de Hamlet

Aunque el monólogo de Hamlet está en inglés en el original, y ya se sabe que cualquier traducción, y más en poesía, pierde mucho, la versión en español es lo suficiente esclarecedora como para tenerla en cuenta. Y, otra vez, como buena poesía que es (aunque en este caso esté dentro de una obra de teatro) su “esclarecer” es más una siembra de preguntas que unas respuestas cerradas y rotundas. Cuando la filosofía, en terrenos tan resbaladizos y etéreos como las creencias y lo no cuantificable y medible, quiere ser lógica, se mete en supuestas demostraciones que, de farragosas y absurdas, acaban resultando más penosas que esclarecedoras. Les pasa a buenos autores de todas las tendencia; así, a Tomás de Aquino y Spinoza cuando quieren demostrar la existencia de Dios, y también, por ejemplo a Sartre que, en el otro lado, también quiere demostrar con la lógica, en este caso, la inexistencia de Dios. En todos los casos, al final, sus demostraciones acaban basándose en que afirmar lo contrario es absurdo. Y uno, que lee con respeto a unos y otros y hasta los admira, al intentar sacar conclusiones acaba por “concluir” que lo que de verdad es absurdo es intentar demostrar con la lógica lo que está más allá de sus posibilidades. Y termina por refugiarse, más bien, en autores como Unamuno, que reconocen con humildad que en ese territorio, tanto para afirmar como para negar, lo único que cuenta, al fin y a la postre, es la voluntad, el querer, el corazón; en definitiva, una forma de “verdad” que nunca podrá ser, aquí al menos, en este mundo, absoluta y que siempre tendrá en la sombra la duda y cualquier certeza llega más por intuición, revelación y en forma de verdad como don adquirido, que se asume porque se quiere asumir, sea afirmando o negando. Después de todo, el propio Sartre dice en su libro El ser y la nada que conviene abandonar la primacía del conocimiento si queremos fundar el conocimiento mismo. Y, si bien es cierto, como argumenta en su libro, que el placer no puede existir “antes” de la conciencia del placer, ni aun en la forma de virtualidad o de potencia y que “antes” de la conciencia no puede concebirse sino una plenitud del ser, ninguno de cuyos elementos puede remitir a una conciencia ausente, afirmar, como hace, que Sería más exacto decir, simplemente: la conciencia existe por sí. Y no hay una “nada” de conciencia antes de la conciencia, nos regresa al punto de partida, pues si eso es exacto, la Conciencia es eterna, nunca hubo una Nada de conciencia antes. Eso es lo que habitualmente llamamos Dios, o los griegos llamaban el Ser; su demostración nos lleva a lo contrario de lo que pretende. Y si no, entonces es que, en efecto, antes de la Conciencia no eterna, tuvo que haber una Nada en la que el creador no puede tener ni siquiera la ilusión de su subjetividad.

Aquí otra vez me vienen al coleto aquellas palabras tan iluminadoras (en su oscuridad deslumbrante) de Ibn Árabi: No se puede entender desde el tiempo lo que está fuera del tiempo. O lo que es lo mismo: zapatero, a tus zapatos, y no pretendas nunca convertir en científico lo que está más allá de las posibilidades de la ciencia.

No es de extrañar que en la diatriba entre los dos grandes existencialistas franceses, Sartre y Camus, acabaran dándose puñaladas, entiéndase en sentido metafórico, claro, a pesar de coincidir en sus “creencias” de fondo. Pero, mientras que para Sartre las ideas estaban por encima de las personas y la literatura, desde la libre elección de la persona que existe, tiene que ser compromiso y para imponer unas ideas no importa los sacrificios humanos que sean necesarios, por eso justificaba dictaduras como la de Stalin. Imagino que los sacrificios humanos de, por ejemplo, los aztecas, los consideraría inhumanos y salvajes; pero responden a la misma filosofía. Camus, por su parte, también “desde la libre elección de la persona que existe”, la vida humana está por encima de las ideas y ninguna ideología puede ponerse por encima de las personas y, por ello, atacaba la dictadura de Stalin y entendía la literatura más como compromiso de pensamiento y existencial, que político. Aunque, en ambos casos, a fin de cuentas, el problema es que, político o personal, el compromiso y la lucha acaban siendo para nada, puesto que nada hay detrás de la “existencia” material que nuestros sentidos captan y que tiene un final, más tarde o más temprano, que no lleva a ningún lado. Por eso, en definitiva, el ser humano es una pasión absurda, y el absurdo es el que viene a llenar la vida y el arte cuando la Náusea y el pesimismo más feroz se apropian de la existencia mientras todos estamos esperando a Godot.

Es Sartre el que menciona el Dasein de Heidegger, su estar ahí en el que las cosas nos arrojan su existencia, y hace el francés una observación tan pertinente como que para que arrojen su existencia los objetos (entes), tiene que haber alguien a quien arrojársela. Claro que, al respecto, también Edith Stein hace otra pregunta tan pertinente como la anterior: ¿Quién o qué arroja esa existencia? No parece que las cosas, por sí mismas, puedan tener ese poder, así que no podemos arrojar a la basura una duda como la suya o podemos ser nosotros mismos los que acabemos arrojados al cubo de la basura como un mero accidente circunstancial; además de una “pasión absurda”.

¿Y qué extraño anhelo es el que nos mueve a seguir, a pesar de las miserias, de las heridas, de las contradicciones?


ESTE ANHELO

¿Qué será este desvelo, este quebranto

que se torna latido y se hace herida

como algo indefinido que me anida

negándome el consuelo hasta del llanto?


¿Qué será lo que anhelo tanto, tanto?

¿Acaso algo que ha sido en otra vida,

que vuelve del olvido y me convida

tal vez hacia ese cielo al que le canto?


Me llega su conjuro con la brisa,

tras un lejano muro de ceniza

voy en libre albedrío sin igual.


Traspaso la frontera del arcano

me guía una quimera de su mano

en loco desvarío sideral.

Guadalupe Trullen


Schopenhauer habla, más que de anhelo, de una voluntad de vivir que centra sus esfuerzos en complacer su interés vital, incluso por encima de los demás, de manera, pues, egoísta y que, al final, solo consigue en su búsqueda de placer satisfacciones momentáneas que son seguidas de nuevas e inevitables carencias, por lo que vivir se convierte en un continuo dolor. Esa voluntad, para el filósofo alemán, está por encima de la inteligencia y no es consecuencia del mundo, sino más bien al contrario, ella es una energía que mueve al mundo, que es consecuencia de esa voluntad de vivir. Esa voluntad acaba chocando con la razón, que no comprende el dolor y la existencia de lo infrahumano, la soledad, la miseria, el odio, etc., y le enfrenta con el dolor que puede causar a los demás en su desesperada defensa de la autoconservación y el placer; con lo que acaba provocándole un sentimiento de culpa cuando comprueba que al pasar del mundo de las ideas al mundo sensible, su voluntad precede a todo y lo deja atrás hasta el punto de que la diferencia entre amor y egoísmo apenas existe, pues en los dos priva el sobrevivir (en el caso del amor, en forma de reproducción de la especie). Y todo ello aun a costa de los demás. Ante esta visión pesimista y destructiva, Schopenhauer propone su Noluntas, una negación de la Voluntad y su manifestación y para ello describe varios pasos: en primer lugar, por el arte que, mediante su creación o su contemplación estética permite momentos de éxtasis en los que la idea libera del objeto sensible y su apariencia (en Pessoa y en Nietzsche hemos visto algo parecido). En segundo lugar, mediante la moral de justicia y compasión, nuestro Yo puede identificarse con los otros Yo y experimentar la caridad y la compasión (Yo es otro, que decía Rimbaud). Pero como esa no es una salida plena, debe experimentar la “ascesis”, para sentir así el dolor que sufren los demás y expiar de ese modo la “culpa” que arrastra. Al final eso le ha de llevar a la “castidad” como renuncia a la generación y a la “pobreza” como renuncia a los bienes materiales. Es una aspiración al Nirvana de los budistas y, todavía más, tiene todo el aspecto de las reglas monásticas cristianas; y sin embargo, Schopenhauer se define como ateo y explica que lo que en el teísmo se pone en una voluntad ajena que mueve las cosas desde fuera, él lo pone en la razón humana y su modo de proceder y dice: El panteísmo llama “Dios” a la voluntad que actúa en las cosas, un absurdo del que he hablado a menudo y fuerte, yo lo llamo la “voluntad de vivir”, porque esta expresa lo último cognoscible en ella. Y dice también: Los resultados morales, hasta el supremo ascetismo, están basados en mí sobre la razón y la conexión de las cosas, mientras que en el cristianismo lo están sobre fábulas. El problema de este sistema de pensamiento es que, en primer lugar, llevado a sus últimas consecuencias, supondría la desaparición de la especie. Pero, además, a nivel individual, tampoco resuelve el problema del todo. Lo suyo es una aspiración a la Nada. Y puesto que más allá de lo sensible y del mundo material nada tiene consistencia (la propia voluntad de vivir lo que quiere es perpetuarse aquí), ni siquiera las ideas, que solo pueden existir con el apoyo de lo material, que quiere perpetuarse con su voluntad de vivir, el resultado final es el mismo que con Sartre o Camus: el absurdo de una existencia que anhela el infinito, pero acabará en la nada. Seguimos esperando a Godot. Es ese el sentimiento trágico del que nos habla Unamuno, y la angustia de Kierkegaard. Y es el anhelo que, a pesar de la duda, aparece en poemas como este mío:


ESPACIOS INFINITOS

Y ese silencio negro del espacio infinito…

Si es tal silencio, ¡qué dolor!

Pero si hay una música celeste

que llena ese silencio de sentido,

qué hermosa vibración que anota en el vacío

una declaración de amor ensimismado.

Amor en el silencio o dolor en el latido,

vibrando en los espacios su ritmo inadvertido.



Heidegger, en el siglo XX, dijo: La Nada con su originalidad, permanece casi siempre disimulada para nosotros (…) La disimula el que nosotros, de uno u otro modo, nos perdemos completamente en el ente. Pero un siglo antes, Kierkegaard ya nos decía que el ritmo de nuestra vida, ajeno a lo esencial, acabe en la desesperación de las cosas y en los momentos de angustia nos succiona la Nada, con su levedad insoportable, su calma vacía. Ni siquiera es el miedo a la muerte; o no solo eso. Es el presentimiento de la nada. La desdichada conciencia del ser humano es perseguir un ideal exterior que, en el fondo, no es. Buscan (los seres humanos) fuera de sí, convirtiéndose en extraños para su propia alma. Pero es el propio filósofo danés el que nos habla de un punto del existir del hombre, un “instante” que confiere sentido a su existir. Un punto en la eternidad, o también la eternidad en un punto. El “instante” es concebido como un devenir en que todo es y nada es, en el que se muere para vivir y se vive para morir. Esa es la paradoja: la realización y actualización de lo imposible. Pero ese imposible es la antítesis de la nada; es un modo de ser, porque el no-ser de la nada contiene en sí la idea de ser y, de esa manera, también es. En ese “instante”, lo imposible es sinónimo de existencia, de nacimiento, o mejor, de re-nacimiento, pues se franquean las barreras de la nada para lograr la libertad total. Es la victoria de la aletheia (que diría Heidegger, tomándolo de los griegos) el des-velamiento, el des-ocultamiento de la realidad. Sería el Dasein (estar ahí) heideggeriano, el individuo ante su existencia, pero desde una subjetividad que no absolutiza el yo. El instante existencial se da en el tiempo, pero es intemporal, aniquila la duración y tampoco es un instante que pueda volver a suceder, porque en él la nada y el ser danzan entrelazados en la misma melodía de eternidad y no sabe de tiempo ni de espacio. Es irreductible a lo objetivo y a la explicación racional. Su punto de partida no es el tiempo histórico, aunque se dé en él. Su comienzo es una decisión eterna cuyo fin, de forma paradójica, radica en la ocasión finita y temporal. El instante tiene su origen primero y último en la decisión de Dios eterno actuando en el hombre temporal y finito. La paradoja del instante es que tampoco podría ser hallado aunque se le buscara, pues no hay un Aquí o Allí. Su ser es fugaz y eterno y no puede ser asido por el tiempo y el espacio, a la vez que contiene la eternidad eternizándose. En él el hombre se enfrenta a la verdad que se le revela y, a través de su propia elección, asume su existir y sustenta su subjetividad desde su propia y radical existencia, no desde el pensar calculante y objetivador de un mundo al que se le pide cuentas. La libertad del hombre que vive alejado de Dios es una libertad estática, sin movimiento ni destino. Es la libertad de la no libertad y no es un camino. Dios ha de manifestarse ante el hombre y proporcionarle la condición para que este experimente la verdad; con ello también hará que sufra en la autoconciencia de su finitud e imperfección. El camino de la fe comienza donde termina el de nuestra razón y supone la entrega total a Dios y vivir la fe como convicción y destino. Palabras que podrían ser asumidas por clásicos del sufismo como Ibn Ata ´illah en su El abandono de sí mismo y tantos otros que hablan del des-velamiento de la realidad, el desocultamiento de la verdad, retirando el velo de las cosas.

“El instante” llamé yo, antes de conocer las ideas de Kierkegaard, a una parte de mi libro Una hialina visión invisible labra la palabra. En ella, en un instante concreto del siglo XII, según cronología cristiana, se recorren lugares distintos de muchas partes del mundo que están ocurriendo de forma simultánea en diferentes horarios y paisajes. El ultimo poema (en prosa poética) dice así:



EL INSTANTE

El planeta en el cosmos con sus blancos y azules. Nadie diría al mirarle su rostro albiceleste que guarda en sus entrañas un corazón de fuego.

Conviven en su seno contrarios que se oponen, contrarios que se abrazan. Hay caminos distintos y todos son el mismo. Sendas que llevan lejos y que al final confluyen. Es de rostro amarillo, blanco, negro, cobrizo y es un ser que respira bajo un mismo latido.

Si lo miro de lejos es un punto en el cielo. Si lo miro de cerca es gigante y feroz, dulce, tierno, amargo, promisorio, destructor…

Al mirar desde el cielo todo se ve lejano, poderoso y distante. No parece moverse y, no obstante, se mueve. Y, si al mirar, el tiempo se acelerara, viera los colores mezclarse hasta formar estelas detenidas… Eternas. En la quietud bullente la eternidad se para en la luz del instante que es abismo y jardín.

Figuras blancas en espiral sobre su esfera. Ésta, a su vez, gira en el brazo de una enorme espiral que vaga en el azul inmenso repleto de espirales. Es como si viajara en un tapiz magenta repleto de espirales que tienen espirales que tienen espirales que tienen espirales… El propio instante es la gran espiral. Destello sin final. El instante…



Tampoco conocía aún las ideas de Kierkegaard cuando escribí este:



EL PUNTO

Un punto en el que el tiempo descubre su secreto,

en el que se colapsa la espiral de energía,

en el que todo fluye y todo se extravía.

Un punto en el que pierdes al mundo su respeto.



En el que ya no sirve ni rezo ni amuleto

y de golpe se aclara lo que estaba en la umbría.

Un punto en que se encuentran pasado y pasaría.

Un vórtice que funde lo abstracto y lo concreto.



En el que las mentiras enseñan sus verdades

y la verdad enseña lo que no se adivina.

En el que los más fuertes muestran debilidades



Y en el que un rostro santo, de repente asesina.

Un punto en que no sirven ni deudos ni amistades.

En el que todo empieza y todo se termina.



Un agujero negro, sumidero de estrellas.

Se mira en el espejo la vida, invertida.

En él ocurren cosas, de tan siniestras, bellas.


Para Heidegger, la nada se muestra como contrapunto del ente y el ser solo se revela en la trascendencia del ser-ahí que se sostiene en la nada. La nada se determina como ser y de ella se hace todo ente en cuanto ente y el hombre, más que un “mantenedor del sitio la nada” ha de convertirse en “pastor del ser”. La nada –escribirá en Sendas perdidas– no es nunca nada, tampoco es algo en el sentido de un objeto; es el ser mismo, cuya verdad es entregada al hombre, si se ha superado como sujeto, y esto quiere decir, si no se representa ya más al ente como objeto. La nada es el no del ente y, de esa forma, es el mismo ser experimentado a partir del ente; se nos aparece a través del ente como no-ente, como nada. Pero esta nada no es el no-ser, sino el no-ente. La nada, como lo otro respecto del ente es el velo del ser. Basta descorrer el velo o mirar a través de él para que el ser aparezca. La experiencia de la nada abre así paso a la experiencia del ser.

Nuestra época se caracteriza por el olvido del ser (al estar absorbidos por los entes, incapacitados para percibir la presencia oculta del ser), y de ahí el apagamiento del fulgor de la divinidad y, en definitiva, de la falta de Dios (el famoso Dios ha muerto de Niertzsche). El alma del poeta, ciertamente, tiembla y se deja despertar en la agitación calmada; pero tiembla de recuerdo por la expectación de lo que ocurrió antes; esto es el abrirse de lo sagrado. El temblor rompe la tranquilidad del callar. La palabra llega a ser- dice en otro lugar Heidegger. Seguir las huellas de la divinidad huida es la primera tarea poética en este tiempo indigente –en palabras del alemán, que tomó de Pan y vino, de Hölderlin, cuando dice: ¿Y para qué poetas en tiempos de penuria? - y se pregunta si hay todavía poetas que la tomen a su cargo. Esa, podríamos decir, es la genuina “utilidad” de la poesía, más que una utilidad burguesa que solo se afana en mejoras de tipo material, abismadas en los entes: lo único que cuenta. Y eso aunque se vista de una materialidad “solidaria”, justa y hasta revolucionaria, pero que en el fondo no es más que burguesa y adoradora de la técnica, que es la que, en su endiosamiento, nos trae el olvido del ser.


La cuestión es que tenemos que elegir: o un mundo sin Dios que acaba en una Nada que hace absurda nuestra existencia, o un mundo con Dios que sobrepasa nuestra capacidad racional, exige la renuncia de nuestro Yo absoluto, y no sabe responder a preguntas que nuestra razón hace cuando le pide cuentas al mundo (y a su Creador, al que hacemos un ser antropomorfo al que exigirle respuesta que pueda comprender nuestra razón humana). Es nuestra elección y tenemos el derecho y la obligación existencial de hacer. Y, tal como Unamuno nos recuerda, a pesar de nuestro anhelo de eternidad, de inmortalidad, siempre tendrá un poso de duda que está en nuestra propia humanidad.

Y, mientras tanto, la cotidianidad nos acosa obligándonos de cuando en cuando a hacer “balance” de nuestra existencia, a menudo bien pobre; sobre todo, si es lo exterior lo que nos absorbe en un mundo consumista, tecnificado y pendiente más de las apariencias que de las esencias.




BALANCE

Hoy he llamado a dios

a cobro revertido.

A los 50 se confrontan

los recuerdos de la vida:

vacilación, inseguridad,

misterio.


Me escondía en el baño,

cubriendo los oídos con las manos,

cuando mi padre maltrataba

a mi madre.

No he sido buen esposo,

peor padre imposible.

C´est la vie!


En las noches de miedo me tapaba

hasta arriba aguardando ese beso

que nunca emancipaba.

En los días de frío recogía bellotas,

patatas o lechugas:

el olor del alcohol me acompañaba.


Una tarde, sentado bajo un árbol,

me enseñaron a ordeñar vacas.

Recordé que el tabaco dudaba

si llorar, sonreír o pedía fumar

de otra boquilla ajena.


Nunca pedí nacer

aunque aquí estamos.


También vivir precisa de epitafio.

Javier Sánchez Menéndez


El drama del hombre actual es que en su aparente progreso y desarrollo (en un desarrollo en que al “otro” solo lo aceptamos como “diferente” y siempre que lo controlemos y se adapte a nuestros esquemas mentales) ha perdido el control de su existencia de forma cada vez más radical. El propio nacimiento, que hasta no hace mucho se hacía en casa con el apoyo de matronas, es controlado en hospitales por personal que retira y da los primeros cuidados apartándolo de la madre. Si no hay errores (que en centros masificados con personal que no “siente” como suyos no son imposibles; y hasta conocemos casos de robos de niños que dieron por muertos a sus padres, para entregárselos a otros), la madre cuidará de su hijo “después” del personal técnico y con su visto bueno. Con mucha probabilidad, dadas las necesidades de los tiempos, el pequeño pase bastante más tiempo en guarderías que con sus padres. Conforme va creciendo, sus juegos dependerán con toda seguridad de aparatos de tecnología complicada que exigen una actitud dependiente de la técnica y de aislamiento individual. La salud también dependerá en gran medida, a lo largo de la vida, de especialistas que tratan la enfermedad como un conjunto de síntomas e infecciones contra las que luchar, pero sea bien pobre el enfoque de una vida armoniosa y equilibrada, con autonomía y dominio sobre el propio cuerpo y con terapias que enfrenten la enfermedad como un recurso propio del cuerpo para remediar sus errores vitales. Del mismo modo que, en la guerra, como dejó claro Jünger en su extraordinario libro Tempestades de acero, la lucha entre guerreros que podían respetarse y hasta admirarse en el cuerpo a cuerpo, fue siendo sustituida por la técnica de una maquinaria cada vez más impersonal y deshumanizada, sin contacto visual entre los guerreros y convirtiendo en objetivo de su destrucción masas indefensas y ajenas a los guerreros, en la comunicación y hasta en el ocio, tecnificados y despersonalizados de las redes, en las que lo que cuenta son los perfiles (falseados y fingidos, incluso cuando se conserva el verdadero nombre, que no siempre es así), lo virtual permite dar opiniones y hacer afirmaciones, arrojar insultos, amenazas, desprecio y odio, etc., sin contacto visual, sin observar las emociones que provocan nuestras acciones, amparándose en el anonimato cobarde a menudo, ajenos a la responsabilidad y a la empatía. La profesión, casi siempre, será algo con lo que buscarse la vida, pero con una actividad que no se ama ni se disfruta, y con un tiempo controlado y acotado por otros. Y, lo que es peor, como bien refleja Philippe Ariés en su Historia de la muerte en Occidente, a partir de mediados del siglo XX el paulatino proceso de escamoteo de la muerte, se va a precipitar: Ya no se muere en casa, con la cercanía de los seres queridos y un control sobre los momentos finales del propio moribundo. Se muere en el hospital y solo, o como si lo estuvieras, porque para evitar el dolor, y a veces para prolongar la vida con ayuda de la técnica hasta donde esta lo permita, se evita también la consciencia en los finales. La obsesión por la seguridad, el control técnico y la victoria (o el escamoteo cuando ya no se le puede) sobre la muerte, la han alejado del moribundo y su entorno (y de lo social) y el autor llega a narrar un suceso en el que un jesuita había dado instrucciones para que no se prolongara de modo artificial su muerte, ya inevitable y cercana, pero el personal del centro sanitario en el que estaba interno se negó a aceptar su voluntad y lo engancharon a máquinas y tecnología que prolongaban de manera artificial sus constantes vitales. En unos momentos en que tuvo suficiente lucidez y autonomía y sintió al alcance la presencia de un amigo, apenas pudo balbucearle: Me están robando mi muerte.

Hasta la muerte, entonces, nos ha sido alienada de nuestra existencia.

Pero estoy corriendo demasiado. La muerte tendrá un capítulo propio, y antes está el tiempo.

Vayamos pues por partes. Pero antes de pasar a recapacitar sobre el tiempo, cerraré este capítulo con unos pocos poemas.


A VECES PARECE...

A veces parece

que estamos en el centro de la fiesta.

Sin embargo,

en el centro de la fiesta no hay nadie.

En el centro de la fiesta está el vacío.


Pero en el centro del vacío hay otra fiesta.

Roberto Juarroz


EL «YO PECADOR» DEL ARTISTA

¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.

Charles Baudelaire


CÍRCULO CROMÁTICO

Quizá cuando dijiste azul

quisiste decir tiempo,

y por eso me apremian

tu destino y tu urgencia.



Quizá cuando dijiste blanco

quisiste decir frío,

y por eso me inquietan

tu pasión y tu ausencia.



Quizá cuando dijiste rojo

quisiste decir guerra,

y por eso me hieren

tu coraje y tu asombro.



Quizá cuando dijiste negro

quisiste decir miedo

y por eso me habitan,

tu deseo y tu angustia.



Quizá cuando dijiste verde

quisiste decir fin,

y por eso me faltan

tu valor y tu risa.



O dijiste amarillo

queriendo decir Dios,

y por eso me niegas.

Teresa Gómez

MEGALÍTICO
Esa enorme piedra torturada
sostiene el techo de la Noche.
Esta enfebrecida carne penetra la oquedad de los siglos.
En torno un vacío que deshace o sustenta
la soledad del mundo, una luz que ilumina
las heridas producidas en el acero.
Gira la masa enorme de la piedra entre astros.
Es de carne y de piedra el cigüeñal que mueve
desgastado el motor de nuestra Historia.
Libros, cosas y horas amadas, seres
tiernos y dulces como la música del sueño,
frágiles brazos, labios enamorados,
nada podéis contra esta atroz mecánica,
contra esta complicada maquinaria celeste.
Árbol de carne y piedra, huso de sangre,
gira la masa ciega en este espacio
de demenciales constelaciones,
de infinitos silencios.
Sólo en la piedra enorme hay firmeza.
Sólo en la piedra hay eternidad.
Un cuerpo está abrazando en otro cuerpo
una hoguera extinta.
La carne sólo horada ceniza en otra carne.

Antonio Colinas

(RECUERDO DE 1948)

De pronto,

con la fuerza de un sol recién creado,

un pensamiento

me deslumbró: Yo no creía en Dios.


Mientras me levantaba de la cama

la novedad de la súbita idea

iba poniendo

maravilladas cimas en las cosas.

Todo fue nuevo para mí.


Yo no creía en Dios,

y dueño de mi mágica conquista

como aquel que halla un galeón hundido,

salí a la calle

sonriendo al mundo.

Di un vivo aldabonazo

en la puerta de aquella hembra

llamada pecadora por los tibios,

y me supo su piel mejor que ningún día,

porque el pecado se volvió descuido,

instinto, libertad

de unas calientes manos

trasportando el deseo

hasta su oculta rebelión de aromas.


Yo no creía en Dios.

Importaba el presente,

la eternidad propicia del ahora.

Y era glorioso

decir blasfemias y jurar en falso,

o comparar alguna monja

que junto a mí pasaba

con una estéril mula.

Creí en los hombres

unidos,

libres de límites y de fronteras;

no existía el Más Allá

ni otras fábulas antiguas.

Dios era solo un nombre.


Cuando volví a mi casa,

había en los manjares de la cena

un destello de inédito anunciar,

y le tomé a la tierra nuestro gran secreto,

entregado por ella, desvelado.

Oh, tierra, única

maternidad y diosa entre los hombres.


El día aquel,

todo adquirió un sentido insólito,

profundo como nunca,

aunque, después, al irme al lecho,

algo confuso vino

tenaz como una espada o una violenta ola justa,

a ordenar mis entrañas para el llanto

y no pude dormir teniendo dentro

la ira del Señor atravesándome.

Manuel Mantero


Curar, allanar los campos. Asimilarlos por analogía. Invadir con la razón dominante los dominios que le son ajenos. Colonizarlos. Cultivarlos. Sembrar el mismo grano para obtener las mismas espigas. Las que crecen en la vigilia. Comestibles. Cosechables. Almacenables. Allanar fronteras. Curar.


Las curas: estrategias para controlar lo incontrolable, para determinar lo inconmensurable. La conciencia penetrando en lo onírico, decretando lo absurdo de sus movimientos, legislando, rigiendo. La conciencia diurna, tan poco avezada, tan ciega, enarbolando la bandera de sus limitaciones, ridícula en su afán de poder, en su miedo.


Arderé en angustias antes que rendirme a ella. Yo soy, del lado del sueño, más que yo misma. En mis otras abono el terreno del alimento más delicado.


Dejemos el mundo en las manos de “Dios”; yo atenderé al vuelo, más abajo, y a las almas que gimen, por el peso.


Para la herida, esa herida por todos compartida, no hay cura posible. La existencia se remedia con la muerte tan solo. La herida consiste en saberlo.

Chantal Maillard



SIGNOS

(estrofa penúltima.)

me aburro,
los aburro, diciéndome, diciéndoles
que siempre estoy al borde de todo abismo,
que siempre estoy de nuevo retornando
a una imagen ya vivida.
yo escribiendo las mismas palabras
en un tren de madrid, que pronto estallará.
abro la boca para que las gotas de horror
no caigan sobre el piso metálico, ajeno,
forzando las conchas de las sílabas
que se atropellan como carbones ardientes
al fondo del abismo que solo nombro,
que no me atrevo a franquear.

nadie me oirá.
nadie se aburre tanto.
nadie ahuyentará mi miedo.
solo me queda el impulso.
al borde el salto permanece, incólume.
y la pregunta que me domina,
que también me endroga, permanece.
y yo varada sin atreverme jamás a conocer
qué nutre su densidad,
¿permanezco?

Ileana Álvarez










2

EL SER Y EL TIEMPO

ANIVERSARIO

 No es que el tiempo nos devore, es que las cosas adquieren otro brillo, una quietud de musgo y sombra que las aleja definitivamente de nosotros.

Pero el árbol que dibujaste en la infancia permanece intacto. En algún lugar, tus ojos rehúsan el polvo, se apartan del instante calcinado y esperan a que otro cielo les devuelva la mirada. Acaso tú comprendas mejor este duro vuelco. La sangre y sus viejas historias siguieron el curso de lo que tiembla en el aire y no muere. Un pájaro rodó en el viento seco hasta perder el horizonte, la casa desapareció tras el jardín, y cada rostro se reflejó en sí mismo perplejo.

Los días avanzan, no sabemos hacia dónde, pero en algún punto van a detenerse. Preguntarán por ti, por nosotros, y estas palabras que te traen a mi encuentro, pequeños huesos ennegrecidos en la palma de mi mano serán entonces una respuesta insuficiente.

Lucía Estrada


Vivir es vencer el tiempo, en el auténtico sentido de la palabra. Podemos ignorar en gran medida el espacio, viviendo de manera vegetativa; no hay nada que nos compela directamente a movernos. Pero el tiempo, el tiempo no podemos eludirlo.

Jünger en Radiaciones


El tiempo es una urna inmóvil a través de la cual fluyen las aguas. Es la ribera del espíritu, a lo largo del cual pasan todas las cosas y del que creemos que se mueve.

Rivarol



Fahr zu, o Mensch! Treibs auf die Spitze,

Vom Dampfschiff bis zum Schiff del Luft;

Flieg mit dem Aar, flieg mit den Blitze:

Kommst weiter nicht als bis zur Gruft.


¡Viaja de prisa, o Hombre! Lleva todo al Extremo,

Con naves por el agua o naves en la Altura;

Y vuela con el Águila, o vuela con el Trueno;

No llegarás más lejos que a la sepultura.

Justinus Kerner



¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.


¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.


Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Francisco de Quevedo


VIVIR EL MOMENTO

La calle le mandaba su antigua voz de ausencia.

Qué poco soy, se dijo, qué poco he conseguido.

Y un nudo de impotencia notó en el calendario.

De pronto hubo una risa de cuando era pequeño,

hurgando tras el gato la sombra en los rincones.

Y de golpe entendió lo infelices que somos

si en lugar de vivir el momento en que estamos

y gozar el misterio de lo que ya tenemos,

nos perdemos en ansias de castillos soñados

que, lo mismo que el tiempo, no se dejan coger.

Emilio Ballesteros

CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer...


Plural ha sido la celeste 
historia de mi corazón. 
Era una dulce niña, en este 
mundo de duelo y de aflicción.


Miraba como el alba pura; 
sonreía como una flor. 
Era su cabellera obscura 
hecha de noche y de dolor.


Yo era tímido como un niño. 
Ella, naturalmente, fue, 
para mi amor hecho de armiño, 
Herodías y Salomé...


Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer...


Y más consoladora y más 
halagadora y expresiva, 
la otra fue más sensitiva 
cual no pensé encontrar jamás.


Pues a su continua ternura 
una pasión violenta unía. 
En un peplo de gasa pura 
una bacante se envolvía...


En sus brazos tomó mi ensueño 
y lo arrulló como a un bebé... 
Y te mató, triste y pequeño, 
falto de luz, falto de fe...


Juventud, divino tesoro, 
¡te fuiste para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer...


Otra juzgó que era mi boca 
el estuche de su pasión; 
y que me roería, loca, 
con sus dientes el corazón.


Poniendo en un amor de exceso 
la mira de su voluntad, 
mientras eran abrazo y beso 
síntesis de la eternidad;


y de nuestra carne ligera 
imaginar siempre un Edén, 
sin pensar que la Primavera 
y la carne acaban también...


Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer.


¡Y las demás! En tantos climas, 
en tantas tierras siempre son, 
si no pretextos de mis rimas 
fantasmas de mi corazón.


En vano busqué a la princesa 
que estaba triste de esperar. 
La vida es dura. Amarga y pesa. 
¡Ya no hay princesa que cantar!


Mas a pesar del tiempo terco, 
mi sed de amor no tiene fin; 
con el cabello gris, me acerco 
a los rosales del jardín...


Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío

I

El presente es recuerdo

como el rayo es tormenta.

No soy en cada instante

más que lo que me queda.


Esto que estoy diciendo

lo dijo ya cualquiera:

cada palabra avanza

tras de su propia huella.


El hoy ya existía

aunque yo no lo viera:

una luz que se enciende

solo alumbra, no crea.


Que todos los disfraces

que salen en escena

tienen sabor y manchas

del vino de otras fiestas.


Aunque el presente es este

que me grita a la puerta,

muy cerca de su grito

el ayer merodea.

Rafael Guillén



El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño
El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
Oscura flores de duelo
El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero

Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño
Sobre la misma columna
Abrazados sueño y tiempo
Cruza el gemío del niño
La lengua rota del viejo
El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero

Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño
Y si el sueño finge muros
En la llanura del tiempo

El tiempo le hace creer
Que nace en aquel momento
El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero

Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño.

La leyenda del tiempo (Camarón de la Isla, sobre un poema de García Lorca)


En un documental de la tele salió un centro (militar) en el que está el reloj más exacto del país. El oficial (no recuerdo su rango militar) explicaba el funcionamiento atómico del reloj y cómo sus pulsaciones marcaban el transcurrir del tiempo de la forma más exacta posible en la actualidad. Aun así, existía un levísimo desajuste a lo largo del transcurso del tiempo. ¿Es eso el tiempo, entonces?, ¿unas pulsiones que pueden contarse y, por lo visto, sin una exactitud total? En mi libro El viaje infinito escribí:

El compás del universo

tiene tiempo y es sonido.

Más allá está el silencio

que ya no es tiempo; es misterio.

En ese mismo libro, escribí:

Hay un antes y un después solo porque alguien cuenta.


En los filósofos griegos y, por supuesto, en Aristóteles, el tiempo es el número en movimiento, con lo cual el tiempo está subordinado al curso del mundo y funciona como en círculos cíclicos, como los giros que los planetas dan alrededor del sol, volviendo una y otra vez a su posición original de forma eterna. De esa forma el tiempo, más que un ser, es un modo en relación a lo que mide. En el destino trágico de los textos de Esquilo, cada acontecimiento (Agamenón en su palacio, Clitemnestra que lo asesina, la reparación de este acto desmesurado e injusto, etc.) está ya hecho y tiene un destino cíclico inevitable. Será un poeta, y no un filósofo, el que nos descubra una nueva mirada hacia el tiempo cuando en Sófocles, Edipo se equivoca y no hay un plegamiento cíclico el que principio y fin concuerdan en un momento. Con Edipo el tiempo se vuelve una larga línea recta que se extiende por la errancia de Edipo y en la que no hay reparación o, si la hay, será en forma de muerte brutal. Hölderlin nos dice que en ese tiempo “descurvado” hay una cesura que marca un antes y un después que no son simétricos. Y esa cesura es el “presente puro” en función del cual hay un pasado y un futuro. Borges dijo aquello de que el verdadero laberinto es la línea recta y aquí, la verdad, viene muy bien. Será ya un filósofo, alemán también, como Hölderlin, el que plantee una nueva visión del tiempo. Se trata de Kant. Este nos hablará de categorías de representación de lo que aparece en cualquier experiencia posible, mientras que espacio y tiempo son las condiciones en que esas categorías se presentan. Espacio y tiempo son formas de inmediatez, pasivas, en las que los conceptos se re-presentan (de forma activa); Kant los llamará “formas de intuición”, y nos dice: El espacio y el tiempo son la forma de nuestra receptividad, mientras que el concepto es la forma de nuestra espontaneidad o de nuestra actividad.

Deleuze explica en una de sus clases, a propósito de Kant, que Hamlet habla de “el tiempo fuera de sus goznes”. Es como si se hubiera sacudido de su subordinación al movimiento y a la naturaleza y ya no midiera nada. Se ha convertido en un tiempo puro y vacío.

Todavía al final de su vida, Kant esboza su Opus Postumun en el que habla del tiempo como forma de autoafectación: Es la forma bajo la que el sujeto se afecta a sí mismo. Leibniz había distinguido entre el tiempo (que es el orden de las sucesiones posibles) y el espacio (que es el orden de coexistencias posibles). Pero Kant dice otra cosa distinta: la sucesión es solo un modo del tiempo; pero la coexistencia o la simultaneidad también es un modo del tiempo, no solo del espacio. Nos explica que el tiempo tiene tres modos: la duración (o permanencia), la coexistencia y la sucesión. Y no puede definirse por ninguno de ellos pues no se puede definir una cosa por sus modos. El espacio, dirá, es la forma de la exterioridad, y no porque venga del exterior, sino porque lo que aparece en el espacio aparece como exterior a aquello que lo coge y exterior de una cosa a otra. Es la exterioridad como forma pura. El tiempo, en cambio, es la forma de la interioridad. Es la forma bajo la que nos afectamos a nosotros mismos: la forma de la autoafectación. Mientras que espacio y tiempo son cantidades extensivas (ocupan un lugar), el tiempo tiene también cantidades intensivas (instantáneas, aprehendidas en el instante).

Volviendo a los griegos, además del tiempo cíclico de Platón y Aristóteles, tenemos a Plotino, que nos dice que el tiempo mide la degradación con relación a la Eternidad. Está lo Uno, y algo que se degrada en cuanto sale de lo Uno y el tiempo es la adición irreparable del ser en sí mismo. En el sufismo se habla del Recuerdo de la Unidad perdida, y del Regreso al Uno mediante la aniquilación del yo. Rûmi, uno de sus poetas y sabios más conocidos, nos dice en uno de sus poemas:

Amigo mío: El sufí es el amigo del momento presente. Decir mañana no es nuestro estilo.

Somos el espejo y el rostro en él. Paladeamos el sabor de este minuto en la eternidad. Somos el dolor y lo que cura el dolor, ambos. Somos la dulce agua fresca y el cuenco que la vierte.

Estamos fuera de la nada, esparciendo estrellas como polvo.

De la forma como practiques el amor, así será Dios contigo.


Plotino de lo que habla es de una aspiración hacia Dios y la figura matemática de su tiempo es una línea recta, pero una recta curvada; sin embargo no es un círculo que se repite sin cesar, pues está lo Uno, hacia el que el tiempo se proyecta. Si Kant habla de autoafectación, para Plotino es el alma la que aprecia el tiempo, pues este es un equivalente de la eternidad y el punto fuera del círculo (Lo Uno) no está en el tiempo y por eso jamás comenzamos y no hay tampoco fin.

Deleuze, ya en pleno siglo XX, nos habla de “El Pliegue”, del “ahora” como pliegue móvil e infinito del pasado y del futuro. Y la metáfora de esa “continuidad” nos habla de que las dos caras del pliegue no entran en contacto. Kitaro Nishida dice: Donde está el yo de cada persona, allí está el tiempo de cada yo. No es el yo el que está en el tiempo, sino que es el tiempo el que está en el yo.

También Deleuze nos dice: Todo el pasado, el conjunto de instantes, coexiste con el nuevo presente, lo que hace que el presente no sea más que la totalidad del pasado contraído. Para ambos autores (Deleuze y Nishida) el yo es la dimensión de una forma y por ello es un no-ser. Nishida explica que el tiempo se autodetermina como no-ser, y el no-ser es fundamento, puro flujo del tiempo en la conciencia del yo sin sentido ni propósito. En el instante de la autodeterminación del tiempo, el yo hace su aparición, de modo que el yo no es más que el cumplimiento del tiempo. Lacan hablará del “hombre barrado”, de forma que, interactuando con el otro, aparece un sujeto constituido por la grieta que en él produce el tiempo.

Es Kant quien rebate a Descartes en su famoso “pienso, luego existo”, pues la forma del pensamiento está por entero atravesada y astillada por el tiempo, puesto que este es el límite interior del pensamiento mismo, lo impensable del pensamiento. Y la tarea de la filosofía ya no será tanto pensar lo exterior al pensamiento, sino pensar lo que no es pensable. Y nos hablará de dos “sublimes”: el sublime matemático (porque es extensivo) por ejemplo cuando contemplamos el espectáculo infinito del mar en calma o de la bóveda estrellada de un cielo claro, y el sublime dinámico (intensivo), por ejemplo, ante el mar enfurecido o un volcán en erupción, en el que está presente incluso el terror. La imaginación es puesta en su propio límite y eso la llena de pasmo. Cezanne, cuando mira un paisaje que nos emociona, habla del “caos irisado”, que es como un desprendimiento de la tierra, un hundimiento.

SENTADO EN EL OLVIDO

En mi Recuerdo de las cosas

todo aparece desde el nido:

amor, dolor, heces y rosas.

Diversas son en el cumplido

tiempo que se abre y son hermosas;

pero, a la vez, notas sus fosas:

estás sentado en el olvido.


Queriendo hacer que no Recuerdes,

buscas olvido del olvido;

por tal de no sentirlo pierdes

conciencia, a veces, y sentido.

Pero las rosas huelen y presientes

algo que en ello está escondido.

Algo que estuvo, y aun está, en el nido.

PRESENTE IMPRESENTE

Se fue lo que ya fue; aunque estás viendo

en tu memoria hacer lo que ya se hizo.

Juzgar puedes si sí o no satisfizo

lo que, al mirarlo ahora, estás siguiendo.



Pero el Tiempo te ve y se está riendo.

Lo que fue, pasó ya y se deshizo

y tiene nuestra mente tal hechizo

que, al revivirlo, ahora está siendo.



El pasado no existe, que es presente

si de nuevo traemos su presencia

y en el aquí golpea nuestra frente.



Y trae al corazón, en su surgencia,

un futuro que no se quiere ausente

y conduce en el hoy nuestra experiencia.


He querido poner estos dos poemas míos antes de hablar de S. Agustín, porque en alguna ocasión, hablando sobre mi poesía, dijeron que estaba la visión agustiniana del tiempo. Yo no había leído por entonces a S. Agustín, así que me sorprendí, después, encontrando, en efecto, en sus palabras, muchas de las cosas que aparecían en algunos de mis poemas.

S. Agustín tiene aquella famosa frase que dice: ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo se´; pero si trato de explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé. Es, como en el antiguo cuento sufí del ciempiés: Le preguntaron al ciempiés cómo hacía para caminar de una forma tan coordinada y elegante con tanto pie como tenía. Este intentó explicarlo, pero no encontraba la manera. Se obsesionó con entender cómo lo hacía y no supo dar un paso hasta que murió de hambre.

Nuestro filósofo, no obstante, intentará explicarlo y dirá cosas como que pasado y futuro no tienen existencia en la realidad de las cosas puesto que el pretérito ha dejado de existir y el futuro no existe aún. Y, todavía más, el presente es inextenso, pues por muy pequeñas que sean las partes con que midamos su duración, se dividiría en pasado y futuro, y vuela con tal rapidez del futuro al pasado que apenas tiene duración. Sin embargo, nos dice, hay quien predice el futuro y quienes narran cosas del pasado, luego existen futuro y pasado. Lo que ocurre es que, donde quiera que estén, allí no son pasado ni futuro, sino presente. En la narración de los hechos acontecidos, lo que se extrae de la memoria son palabras engendradas por sus imágenes que, al pasar por nuestros sentidos han dejado una especie de huella en nuestro espíritu y cuando premeditamos nuestras acciones futuras, esta premeditación está presente, aunque la acción que premeditamos no existe aún porque es futuro. Pasado y futuro, pues, no existen en la realidad, aunque sí en algún otro lugar. Pensemos, por ejemplo (eso lo digo yo, no S. Agustín), que cuando vemos por los potentes telescopios modernos astros que están a años luz de nosotros, no estamos viendo “su” realidad actual, sino de la de hace años que en nosotros es presente. Si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz y llegar hasta un astro que estuviera a tantos años luz como tenemos de edad y mirar desde allí con un telescopio suficientemente potente y preciso, podríamos vernos nacer. Nos estaríamos viendo nacer “ahora”. Y sin embargo tenemos x años de edad. ¿En qué realidad está ese astro que vemos cuando lo miramos por el telescopio y en qué realidad estaríamos si nos estuviéramos viendo nacer?

Pero volvamos a S. Agustín, que afirma que el tiempo no es el movimiento, sino la medida de la duración del mismo y del reposo.

Pero no es solo medida del movimiento, sino de sí mismo: Medimos el tiempo con otros tiempos. Y el tiempo es una especie de distensión. Medimos, de ese modo, una sílaba larga con una breve, pero ¿cómo retener la breve?, ¿cómo aplicarla a la larga para ver que la contiene justamente dos veces? ¿Cómo hacer esto si la sílaba larga no empieza a sonar hasta que deja de sonar la breve? Y concentrándonos en la sílaba larga, ¿cómo medirla cuando está presente, si solo puedo medirla cuando está acabada? El caso es que cuando está acabada ya pertenece al pasado. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Dónde está la breve con que mido? ¿Dónde la larga con que mido? Ambas sonaron, se desvanecieron, pasaron, han dejado de existir… Luego lo que mido no son las sílabas en sí, que han dejado de existir. Lo que mido es algo que tengo en mi memoria y que permanece fijo en ella.

Es, por tanto, en el espíritu donde medimos el tiempo. En el espíritu existe la expectación del futuro, la memoria del pasado y en él subsiste la atención por la que corre hacia su desaparición aquello que fue presente.

A la pregunta que nuestro doctor contestaba sobre lo que había antes del big band y respondía que no había nada porque no había tiempo, S. Agustín responde (no al hablar del big band, claro, que entonces no se conocía, sino de la creación) que el tiempo es criatura de Dios, y lo que permite que vivamos en el tiempo es que somos espíritus encarnados y solo hay tiempo donde haya ente que participe tanto de los espiritual como de lo material. Y concluiré la visión del tiempo de nuestro sabio de Hipona (hoy diríamos que argelino) con estas afirmaciones suyas:

un tiempo largo es largo precisamente por el paso de muchos movimientos sucesivos, que es imposible que evolucionen simultáneamente, mientras que en la eternidad nada es pasajero, sino que todo está presente. Al revés del tiempo, que nunca está presente en su totalidad.


Y en cuanto al presente, si siempre fuera presente y no pasara a pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad.


Simone Weil nos dice en su obra La gravedad y la gracia:

Hablando con propiedad, el tiempo no existe (salvo el presente como límite), y sin embargo es a eso a lo que estamos sometidos. Esa es nuestra condición. Nos hallamos sometidos a lo que no existe. Tanto si se trata de la duración padecida pasivamente –dolor físico, espera, pena, remordimiento, miedo–, como del tiempo dirigido –orden, método, necesidades–, en ambos casos, aquello a la que nos rendimos no existe. Pero nuestro sometimiento sí existe. Estamos realmente atados a irreales cadenas. El tiempo, irreal, tiñe todas las cosas y a nosotros mismos de irrealidad.


Vale aquí recordar de nuevo aquella frase del murciano y sufí, Ibn Árabi: No se puede explicar desde el tiempo lo que está fuera del tiempo. Se me ocurre añadir: siempre que no llegue algún doctor moderno que se dice sabio y nos salga con que antes del big band no había nada porque no existía el tiempo. Y tampoco olvidemos a nuestro querido Bugs Bunny con aquello de: eso es to, eso es to, eso es todo, amigoooos.


El hombre padece por no haber asistido a su propia creación. Y a la creación de todo el universo conocido y desconocido. Su ansia de conocer no parece tener otra fuente que esa ansia de no haber asistido a la creación entera desde la luz primera, desde antes: desde las tinieblas no rasgadas.

María Zambrano en Claros del bosque


CRISTAL DE TIEMPO Y FLUIR VERTIGINOSO

Intento seminal

Dado que el tiempo es una ilusión

-por más que persistente-

sobre la que tantos monótonos clichés

y bajos intereses flotan,

hemos decidido hacer aun lo imposible

por restaurarlo a su original,

firme traslucidez y fluir vertiginoso,

según los invariantes de cada momento.

Y si hacerlo conlleva un constante atizar

el ardiente contrapunteo

de gravedad y gracia… así sea.


Piensa en las formas lúcidas que moran

en el cristal de tiempo que destella

en nuestro oído atento.

Y en medio de las guerras circundantes,

siente el fluir ligero

sostenido entre nuestros corazones.

Juana Rosa Pita


Amo todo lo que va a morir

me fascino en lo precario de mi estadía

en mi paso superfluo por la tierra

en el paraíso artificial de mi memoria USB.

Gladys Mendía


Heidegger nos habla de ser-en-el-mundo, de manera que no hay una contraposición sujeto-objeto (o conciencia-objeto) que es lo que el pensamiento tradicional, y hasta el sentido común, defienden, sino una unidad íntima entre ambos. Cabría aquí recordar que Heisenberg y la física cuántica, en general, comprobó en sus experimentos que la posición del sujeto experimentador influye de forma inevitable en la manera en que se percibe la materia. Y no se trata, como en el idealismo, de que los objetos no existan más que en la subjetividad del sujeto. Es, más bien, que existen con él, y ambos se interrelacionan. Heidegger diría que las cosas “cosean”. Aunque el sujeto sabe que no ha escogido su manera de ser, su existir, se da cuenta de que es responsable de un ser que él no ha creado y de un modo que no ha escogido. Se siente entonces abandonado a sí mismo y experimenta angustia. Al tratar de evitarla, su ser-ahí cae, se deja llevar por lo que se dice, lo que se piensa, con lo que abandona la guía de algo que está fuera de él y que le evita la angustia. Renuncia a ir más allá de sí mismo, al poder ser que él mismo es y acepta como posible lo que dicen que es posible “las habladurías”, el mero repetir y transmitir lo que se habla. Y se entrega a la avidez de las novedades (el consumismo), la excitación por lo nuevo (la moda), y cree que entiende todo cuando en realidad no entiende nada. Es lo que nos pasa en estos “Tiempos de indigencia”, en los que la técnica nos ha llevado al olvido del ser. Pareciera que en el mundo técnico los seres humanos fueran los dueños absolutos; pero en realidad el propio ser humano se ha convertido en un ser que solo es real porque otro ser humano puede asignarle un lugar en su cadena de utilidades. La técnica convierte todo (incluida la naturaleza y el propio ser humano) en un engranaje en el que todo se relaciona según la lógica de la compatibilidad y la producción. Todo (el ser humano también) es al final un número dentro de un sistema, no es vida, sino maquinaria, engranaje; todo ser humano, a fin de cuentas, es un artefacto que se reduce a su manejabilidad en el sistema y su compatibilidad con las estructuras, procurando que no chirríen.

Un poema de Chantal Maillard ilustra muy bien hasta qué punto las emociones genuinas, la vida, están sometidas a los cálculos y al orden de un engranaje:


Una mujer temblorosa aprieta

el brazo de su acompañante.

Él vuelve hacia ella un rostro

tan largo como un número de serie

y dice: “El sesenta por ciento de los muertos

por accidente en carretera

son peatones”.

La mujer deja de temblar: todo está controlado.

A punto estuvo de creer que algo

anormal ocurría,

algo a lo cual debía responder

con un grito, un espasmo,

un ligero anticipo de la carne

ante la gran salida, pero no:

aquello es conocido y ya no le involucra;

le pertenece a otros. Y él añade: “Han llamado

a una ambulancia”, y ella se relaja,

su angustia la abandona:

el orden no exime de ser libre,

de despertar en otro, de despertar por otro.

a punto estuvo de gritar, desde esa carne ajena,

pero el orden contuvo a tiempo su delirio.


El ser-ahí puede captarse a sí mismo como totalidad porque es finito; porque, de forma inevitable, le acecha la muerte y, en ese sentido, el ser-ahí es ser-para-la-muerte y esta es el fin de su ser en el mundo. La muerte no es una posibilidad más a elegir. Es la posibilidad de la más absoluta imposibilidad y detrás acecha la nada. Todo ser-ahí se despliega dentro del tiempo.

La totalidad del ser, del ser-ahí como cuidado quiere decir: anticiparse a sí-siendo-ya-en (un mundo) y en-medio de (los entes que comparecen dentro del mundo). Heidegger.

Al olvidar el Ser, reduciendo lo pensable a lo calculable, el ser-ahí reduce también la realidad a cálculo y ya no piensa en su esencia y deja de ser lo que es y es capaz de ser; se abandona a la irresponsabilidad colectiva, a la mera instrumentalización. Se sumerge en el mundo de la técnica con su pensamiento calculador, abandonando el pensamiento esencial que medita en el sentido de todo cuanto es.

Desde el punto de vista metafísico, Rusia y América son lo mismo; en ambas encontramos la desolada furia de la desenfrenada técnica y de la organización sin fondo del hombre normal. Cuando se haya conquistado técnicamente y explotado económicamente hasta el último rincón del globo terrestre (Erdball), cuando cualquier acontecimiento en cualquier lugar se haya vuelto accesible con la rapidez que se desee, cuando se pueda <<asistir>> simultáneamente a un atentado contra un rey de Francia y a un concierto sinfónico en Tokio, cuando el tiempo ya sólo equivalga a velocidad, instantaneidad y simultaneidad y el tiempo en tanto historia (Geschichte) haya desaparecido de cualquier existencia de todos los pueblos, cuando al boxeador se le tenga por el gran hombre de un pueblo, cuando las cifras de millones en asambleas populares se tengan por un triunfo… entonces, sí, todavía entonces, como un fantasma que se proyecta más allá de todas estas quimeras, se extenderá la pregunta: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y luego qué?

Heidegger

EL RELOJ

Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.

El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después se presentó de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.

Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.

Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»

¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.

Charles Baudelaire


Antes de cerrar este capítulo quiero hacer dos reflexiones más sobre el tiempo. La primera dentro del campo de la física y, por tanto, desde la perspectiva del tiempo como mera magnitud. Hasta hace poco, la magnitud tiempo se consideraba absoluta, al menos desde el punto de vista objetivo, pues todos sabemos, por experiencia, que un mismo tramo de tiempo cuantificado (medido por un reloj) se puede experimentar en lo subjetivo como más largo o más breve según el nivel de angustia o de placer con el que lo vivamos (los dos últimos minutos de un partido en que nuestro equipo se juega el campeonato nos pueden parecer laguíiisimos o muy rápidos según vaya ganando o perdiendo). Sin embargo, desde Einstein y su demostración mediante fórmulas matemáticas de la existencia del continuo espacio-tiempo curvo, sabemos que a una velocidad cercana a la de la luz, el tiempo se contrae y alguien que viajara en una nave a esa velocidad durante, pongamos, diez años, al regresar a la tierra encontraría más viejos a sus seres queridos que si solo hubiera pasado una década. Puede que incluso los encuentre muertos ya. Así pues, ni siquiera como magnitud física el tiempo es ya algo absoluto.

Pero, mi última reflexión sobre el tiempo, quiere ser histórica. Del tiempo histórico como transcurrir. Y podríamos decir que en la visión de ese tiempo hay dos corrientes bien diferenciadas (aunque siempre hay algún caso que resulta difícil de clasificar porque se mueve entre ambas, como podría ocurrir con Teilhard de Chardin). El uno, más ligado a una visión lineal de la historia de tipo evolucionista y perteneciente a ciertas tradiciones judeo-cristianas que sueñan con un paraíso en la tierra al que se ha de llegar por evolución histórica (el marxismo es tal vez la más representativa con su utopía comunista que se alcanzará mediante la lucha de clases), y otro que, más bien, mira el devenir dela historia como ciclos de ascenso y descenso incesante. De este segundo podemos encontrar clásicos como Ibn Jaldún o Spinoza, Nietzsche con su eterno retorno entraría aquí también, pero en tiempos más recientes el exponente más claro es Spengler, en cuya obra La decadencia de Occidente extiende una persuasiva mirada hacia aspectos del arte, el pensamiento y la sociedad que se repiten en ciclos en todos los grandes imperios (egipcio, griego, romano, etc.) y se centra, finalmente, en el actual, el imperio capitalista y occidental, cuyos máximos representantes serían Gran Bretaña y, sobre todo Estados Unidos, pero en el que está incluida toda la civilización occidental que se extiende por gran parte del mundo (a los efectos de su estudio incluso la extinta URRS y los países comunistas podrían ser incluidos dentro de sus variantes) y que ha llegado a instalarse en civilizaciones tan alejadas, en el espacio y en la tradición, como China o Japón. Su visión habla de una civilización en plena decadencia y descomposición. Y no llegó a vivir, en el nivel actual, la crisis que la carcome a todos los niveles: el de valores, con instituciones como la familia tan desdibujada y criticada que la propia palabra ya no se sabe muy bien qué designa. Y con ella, una crisis demográfica que, al margen de interpretaciones ideológicas o culturales, está dando lugar al decrecimiento de la población y su envejecimiento paulatino, pero imparable. Lo que, a su vez, repercute en la crisis del “Estado de bienestar”, que cada vez tiene más complicado mantener las coberturas de pensiones y sanitarias en una población cada vez con más pensionistas y menos mano de obra joven. A eso hay que añadir valores como el honor, la honestidad, la fidelidad, el respeto, la firmeza en la palabra dada, etc., que se consideran algo antiguo y hasta contrario a la modernidad. Crisis medioambiental, a la que nos ha llevado el consumismo y el desarrollismo desaforado y la producción incesante y exponencial, fruto de la visión utilitaria y técnica del mundo como producto a explotar y utilizar, y que ha creado unas condiciones climáticas, paisajísticas y de acumulación de desechos que pueden acabar en una gran extinción de especies que, con muchas probabilidades, incluiría a la humana. Sabido es que hay ya islas de plástico flotante de mayor tamaño que países enormes, que los hielos de los polos están disminuyendo a pasos agigantados, los bosques tropicales desaparecen por su sobreexplotación, etc, etc. Tal vez especies más versátiles como cucarachas o ratas, podrían soportar el cambio climático, si sigue ese curso, y sobrevivirlo; aunque ni eso es seguro. La crisis energética es otro peligro latente, cuando se agoten los combustibles fósiles sin haber creado fuentes alternativas con suficiente autonomía y capacidad como para sustituirlos. La crisis económica se suma también, y no ya tanto por la sobreproducción que explica Marx (que también), sino por la propia naturaleza del capital financiero y el rumbo que tomó cuando dejó de ajustarse al patrón oro y plata (limitado a existencias reales). Hoy día existe capital inventado por los bancos de la nada, y a un nivel que multiplica en muchas veces el dinero real (que se ajusta a lo existente, a lo que se supone que representa el papel o los impulsos eléctricos que se usan como dinero). La economía mundial es como una gran seta cuya base real es estrechita y sus movimientos en deuda (sobre dinero inventado) forman una gran cabeza que apenas se sostiene (los países más poderosos, como EEUU, son también los más endeudados). Eso tiene un final de desplome, que tardará más o menos, pero llegará. Ya se han dado varias crisis financieras que anticipan la crisis final que llegará cuando todo el sistema se desplome sobre su propia inconsistencia. Estas crisis que ya hemos vivido son una broma en comparación con la que ha de llegar.

En la ciencia-ficción también podemos hablar de dos corrientes, en cierto modo ligadas a las dos respectivas visiones de la historia. En una de ellas, la técnica no para de mejorar y evolucionar para hacer la vida más cómoda. Otra cosa es que su “olvido del ser” también sea cada vez mayor, ocupados como están en el mero progreso material y la huida de la muerte. Ya advertía Jünger en su libro La emboscadura:

Todas las comodidades hay que pagarlas. La situación de animal doméstico arrastra consigo la situación de animal de matadero. Y todavía dice más: Allende la civilización y las seguridades que son procuradas por ella, la salud y las esperanzas de vida dependen de que una cuando menos de las raíces continúe nutriéndose directamente del reino telúrico.

En la otra corriente, la técnica acaba rebelándose (como en Blade Runner) o el mundo corre hacia su aniquilación; al menos hacia la aniquilación del mundo de los seres humanos. La tierra permanece, de George R. Stewart, es una de las novelas más representativas de esta corriente.

En esa línea distópica, me vinieron una serie de poemas que acabé agrupando en uno solo que llamé “Visiones”. Y el título no es gratuito, pues como tales me vinieron. No tienen por qué ser versos proféticos; y espero que no lo sean. Pero para quien califica de catastrófica cualquier cosa que inquiete su visión adocenada y conformista, además de blandengue y cobarde (dicho sea sin ánimo de ofender; si lo tuviera diría otras cosas) ante un futuro posible en el que el propio “ente” ser humano acabe en “la nada”, ya se lo anticipo yo: son catastrofistas. Pero ni es su pretensión ni obedecen a análisis racionales (que podrían). Fueron solo visiones y como tales las escribo; de ahí su título. Después de todo si la humanidad actual tiene tal dominio sobre su técnica que no teme que pueda ocurrir algo así, enfrentarlas como un mero ejercicio de imaginación puede ser hasta divertido. ¿O no?


VISIONES

La aurora de Nueva York tiene

Cuatro columnas de cieno

Federico García Lorca


Se desploman las ciudades. Como monstruos acosados

por incendios de mosquitos y de hormigas que en riadas

les merodean y muerden, se desploman. Caen

en estrépitos de sangre y las calles van quedando

desoladas. Las ruinas, entre ratas, se deshacen y las gentes

huyen de ellas, buscan hierba, buscan luz y sol y agua

donde poder respirar y saciar su sed de vida. Van en busca del sosiego donde aún la piedra es piedra

y la madera, madera. Colapsaron, en su brusco

destaponarse el embudo, un desparrame de carnes

se expande por los caminos.


Un arroyo de curianas surge por los imbornales.

Los desagües se han llenado de un fango espeso y reseco.

Las basuras en las plazas, tiradas por las aceras,

son hervideros de larvas hediondos y cucarachas

que disfrutan su festín. Levanta la mano el niño;

de su roída camisa, por el roto de la axila

da un salto y vuela una fótula. La noche entreabre sus ojos

y en su blanco una silueta de cucaracha recorre

sus venas enrojecidas.


Desde el otero negro contemplo la ciudades arder bajo la noche.

Diseminadas luces de hogueras fantasmales,

se dispersan las ascuas como rubíes candentes

sobre los negros campos que un día fueron bosques.

Bajo por los caminos deshechos y la grava

resuena en mis pisadas como huesos que crujen.

Los pavimentos rotos desangran sus heridas

de un alquitrán raído y prendidos en llamas

los gorriones se agitan en breves aleteos

cual pájaros de fuego que caen carbonizados.

Se escuchan los gemidos lejanos de los perros

que parecen el canto voluptuoso y fúnebre

de la aniquilación.


Se rompen los vidriales y una niebla herrumbosa

roe las florescencias rosas del exterior.

Los caminos del monte se llenan de hojarasca

de un rojo innominado y el hongo de la pena

incrusta en las paredes su cruel putrefacción.

Por los valles van carros como sombras de lajas

que en sus filos llevaran halos coagulados,

sangre negra de noches sin estrellas ni luna.

A lo lejos se escucha, con su grito, un silencio

que anda por las cunetas sobre espectros de cieno.

  • Mujeres, por los caminos,

con niños sobre la espalda…

Mujeres, ¿a dónde marchan?

  • Vamos en busca del agua.

  • Hombres, con la tez cetrina

y el rostro envejecido…

Hombres, ¿hacia qué camino?

  • Vamos en busca del nido.

  • Espectros que arrastráis sombras

como enmohecida espada…

Espectros, ¿dónde se alargan?

  • Vamos en busca del alma.


No me viene la palabra que define esta molicie

de un tiempo que se consume sin peso por la planicie.


Y es como si lo que pasa no pasara y en el aire

flotara un algo impreciso sin huella, sal ni donaire.


Y la quietud de las cosas se posa sobre la gente

y hay en todo un desamparo que se perla por mi frente.


Miran las gentes sobre un campo de cenizas.

Como un desierto hasta el horizonte,

las ruinas ya se han desvanecido

y ahora el vacío que habitaba en ellas muestra su cara:

Todo es cenizas.

Una película gris, polvorienta, lo cubre todo.

Ya nada sirve de aquel engaño. Ya nada queda.

Y ahora la vida os llama. Ya sale el sol

dando al paisaje un color dorado.

Esas cenizas son ahora el oro.

Hoy es el día del Ave Fénix.













3

EL SER Y LA MUERTE

Bebe del pozo y deja tu sitio a otro

Proverbio árabe

Que esta vida has vivido, piensa, ¡cómo la has querido!: ¿Y después?
Imagínate, confiado, que tu hora ha llegado: ¿Y después?
Que cien años pasaron y tú, pleno de dicha, sin pesares ni enojos te colmaste: ¿Y después?
Pide a tu fantasía otros cien años más: Los que todo lo pueden cien años más te dan  ¿Y después?

. . .

Solo una tienda es esta donde un sultán reposa
mientras va de camino al reino de la muerte:
Sale el sultán, y al punto, un hosco peón de fosa
la alza, y para otra persona la adereza lujosa.

. . .

Cuando hayamos cruzado tú y yo el negro velo,
¡Oh! el mundo impasible continuará su ronda;
nuestra venida y vuelta le darán tal recelo
como al mar si le arrojas un guijarro del suelo.

Omar Jayyam



(ACCIÓN DE GRACIAS)

Aquella tarde

Lo supo.

Cáncer”. El médico,

con mano solidaria, lo retuvo

del brazo unos segundos al marcharse.

Salió a la calle, seguro.


Ya en su casa, explicó a su esposa

lo irremediable de su mal, el justo

plazo que le quedaba de vivir.

Dijo adiós a los suyos,

y fue a cumplir el caro débito

fugaz caudillo de su tiempo único.


Buscó en Toledo el sitio donde un día,

cara a cara, miró los ojos húmedos

de Dios surgiendo de un amanecer

violeta sobre el Tajo, y allí puso

un búcaro, unas flores,

y con agua del Tajo llenó el búcaro.


En Cádiz, en la playa

donde una noche caminó sin rumbo

loco de paz y música

hasta encontrar su verso y su futuro,

depositó en la arena el viejo lápiz

con el que quiso desvelar el mundo.


Ante el cancel de un patio de Sevilla

-allí beso por vez primera y pudo

abrir en brillos una ardida carne-,

sonrió, introdujo

su libro más amado (oh Bécquer), entre

los hierros del cancel oscuro.


Estrelló contra el techo de un tranvía

de Madrid un racimo de uvas: zumo

llovido, gotas que bebió en memoria

de cierto instante mágico y difuso;

todos cantaban –recordó- y bebían

a la salud anónima de alguno,

mientras iba el tranvía

en la mañana hermosa, dando tumbos

de gloria y alma vareándose

con luz de sol y júbilo.


En Barcelona,

escribió sobre el muro

de un antro de placer

dos nombres juntos,

el suyo y el de aquella prostituta

que hizo cielo del suelo, amor del uso.


Con esto,

habiendo ya ofrecido a Dios los puros

dones que le debiera por las dichas

más altas, regresó a los suyos,

la pistola pidió y dejó la vida,

como quien deja la cosecha a punto.

Manuel Mantero

CEMENTERIO

Aquí, bajo esta losa

que una estatua, besada por la lluvia,

custodia, diligente,

el caudal se remansa de los míos.

Duermen todos –ya tierra, ya gusanos o nada-,

duermen todos y fueron necesarios

para que alcance ahora

el aura de mi sangre

la yerta rama de este pensamiento.

Aquí, bajo esta losa, cerca de estos cipreses,

reposarán un día

todo el fuego de playas al crepúsculo

que mis pupilas guardan,

todo el temblor de labios femeninos

que conservo en los míos cual tesoro,

todo el amor que el corazón me cerca,

todo el dolor que alienta mis entrañas.


¡Es tan breve la vida para tan larga muerte!

¡Es tan leve este mármol para tan áurea vida!

Fernando de Villena


Schopenhauer decía que el suicidio no es contrario a la voluntad de vivir, sino más bien la culminación de esta, su victoria final. Es como un último intento de huir de la muerte y del dolor, aunque sea con la extinción física. Cesare Pavese, antes de suicidarse escribió este poema:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 
—esta muerte que nos acompaña 
de la mañana a la noche, insomne, 
sorda, como un viejo remordimiento 
o un vicio absurdo. Tus ojos 
serán una palabra hueca, 
un grito ahogado, un silencio. 
Así los ves cada mañana 
cuando a solas te inclinas
 hacia el espejo. Oh querida esperanza, 
ese día también sabremos 
que eres la vida y la nada.


Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como mirar en el espejo
asomarse un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Nos hundiremos en el remolino, mudos.


Sylvia Plath, que también acabó suicidándose, dejó escrito esto:


ÚLTIMAS PALABRAS

No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas rayas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.

No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,

que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aromáticas.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Conoceréme a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.



El suicidio es uno de los problemas de nuestra actual civilización; pero, con ser grave, no es el peor. Como bien explica Philippe Ariès en su libro Historia de la muerte en occidente, la muerte se ha convertido en tabú, reemplazando al del sexo; y cuanto más se ha ido liberando la sociedad de constricciones como las de la época victoriana, tanto más ha ido rechazando los asuntos de la muerte: se trata –dice- de la necesidad de la felicidad, del deber moral y la obligación social de contribuir a la felicidad colectiva evitando toda causa de tristeza o de hastío, simulando estar siempre feliz, incluso si se ha tocado el techo del desamparo. Mostrando algún signo de tristeza, se peca contra la felicidad, se la cuestiona, y la sociedad corre entonces el riesgo de perder su razón de ser. Y dice en otro lugar del libro: Todo sucede ahora como si ni yo ni tú ni los que me son caros fuéramos mortales. Técnicamente, admitimos que podemos morir, contratamos seguros de vida para preservar a los nuestros de la miseria. Pero, verdaderamente, en el fondo de nosotros mismos, nos sentimos no mortales.

Incluso las expresiones de dolor han de ser íntimas, contenidas. Y, como bien explica Philippe, no se trata de indiferencia hacia los muertos, sino más bien lo contrario, pues si en las sociedades antiguas los aspavientos de luto disimulaban una resignación rápida, hoy en día, la obligación de sufrir solo y a escondidas agravan el trauma provocado por la pérdida de un ser querido. El que la incineración como rito funerario se esté extendiendo se debe, más que a cuestión de espacio, a ese deseo de olvidar la tumba (y lo que esta representa de muerte). El proceso empezó hace ya, pues Tolstoi en su Ivan Illich refleja muy bien la actitud del entorno del protagonista, intentando alejarlo y no hacerlo consciente de que se está muriendo hasta que este, harto, decide volverse contra la pared y decirle a todo el mundo: Dejadme en paz. Justo lo que la “institución sanitaria” no permitiría jamás hoy día y hasta se sentiría insultada y menospreciada por una actitud así. Y todavía en el caso de Ivan Illich, después de muerto, le preguntan a sus feudos si murió consciente y si fue consciente de su muerte en sus últimos instantes de vida, porque todavía se consideraba eso algo positivo. Hoy día, lo que cualquiera desearía para sí y para los suyos es “morir sin enterarse de que se muere uno”.

Viví en mis carnes un episodio, y fue entre gente culta y con responsabilidades institucionales en el mundo del arte, que refleja muy bien esa actitud predominante en la cultura actual. Una amiga hacía un curso de teatro en una institución pública (aunque el curso le costó 600 euros, si no me equivoco, cuando eso era el sueldo mínimo mensual, más o menos). Había escogido mi obra “Auto de ánimas” para desarrollarla en una representación de teatro de títeres a lo largo del curso. Aunque era una obra de títeres, era con toda claridad para adultos pues versa sobre el drama de un pescador que sufre una tormenta y está a punto de morir en el mar. La obra se desarrolla con personajes mitológicos y simbólicos mezclados con otros reales: una sirena, una harpía, la luna, la muerte, además del pescador y su esposa, que teme por su vida. La directora del curso, que tiene que estar muy imbuida de su tiempo, consideró que la muerte estaba demasiado presente y eliminó escenas, personajes y drama; con lo que acabó convirtiendo una obra que quería reflexionar sobre la muerte y el ser, en una obrita blanda y asumible por la mentalidad blandengue que considera a la muerte tabú y hay que obviarla en lo posible. Supongo que no le dijo que desechara la obra porque eso le parecería excesivo y “poco liberal” o algo por el estilo; pero apostaría que debió quedarse con sus ganas. Todo el esfuerzo (o casi) de seis meses trabajo se fue en montar un artilugio técnico sobre una enorme base metálica en espiral que giraba sobre su eje para simular el movimiento de las aguas del mar. Lo que podría haberse hecho con un simple trapo azul que alguien agitara entre bambalinas o con un sencillo juegos de luces, acabó convirtiéndose en el protagonista (técnico) de seis meses de trabajo teatral; mientras que el argumento de la obra era reducido en texto (ya corto en el original, que apenas tiene diez páginas) y, sobre todo, en intensidad dramática. Fiel reflejo del “tiempo de penuria” que Heidegger adjetiva tan magistralmente, que huye de la muerte porque huye de la vida –en su ser esencial-, perdiéndose en aspectos de mera instrumentalidad. La verdadera obra allí representada ya no era la mía, sino la de la directora del curso y su mentalidad tan propia de este tiempo de penuria. Mi amiga no fue consciente de eso y al acabar el estreno me preguntó, llena de ilusión, qué me había parecido. Pensé que sería cruel decirle que le habían tomado el pelo, clavándole encima 600 euros y haciéndole malgastar seis meses de su vida y le contesté: está bien. Lo que ella o sabe es que no me refería a la representación que se hizo sobre el escenario, con aquella enorme espiral metálica simulando olas del mar, sino a la que se había dado fuera del escenario, en el patio de butacas, con la directora del curso aplaudiendo con sonrisa bobalicona su huida de la realidad, su miedo a la muerte y a la vida en la radicalidad de su ser y pensando, además, que con eso hacía una obra buena para la felicidad, ta-ta-tá ta-ta-tá.

Esta es una escena eliminada por la directora:

LUNA:

Hay un halo de muerte flotando sobre el agua.

Hoy su bronce es un fuego que se agita en la fragua.


HARPÍA:

Los mortales florecen como tallos al viento

y los corta implacable la guadaña del tiempo.


SIRENA:

En su corazón bulle un plañir de gaviotas

que termina en la playa hecho canciones rotas.


LUNA:

Cuando los miro veo la potencia del alma

y su dolor los lleva de la furia a la calma.


HARPÍA:

Es su lucha un trasiego de energía que construye

y en sus ansias desea lo mismo que destruye.


SIRENA:

Sus esfuerzos me causan admiración y pena.

Es como si en sus luces llevaran su condena.


LUNA:

Parece que encontraran buscando sus anhelos

las luces de la tierra y las sombras de los cielos.


HARPÍA:

Son seres diminutos y quieren ser gigantes;

de sus propias prisiones son al fin habitantes.


SIRENA:

La belleza les llena de febril alegría

y para celebrarla destrozan lo que había.


LUNA:

¿Si miran reconocen lo que tienen delante?

Es raro que en las cosas vean su espíritu errante.


Como puede comprobarse, puro terrorismo cultural. Había que eliminarlo.

Es sintomático que uno de los filósofos más influyentes en gran parte del pensamiento actual, Carl Marx, apenas si le dedica algún miserable párrafo en toda su obra y otro tan significado como Freud dice sobre ella como cosas como estas: Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de la vida (…) en el fondo nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad. Su teoría del psicoanálisis, no obstante, sólo enfoca la muerte desde un punto de vista fisiológico (pulsiones tanáticas) o psicológico, como mucho; nunca ontológico o existencial.

Es curioso el silencio que, si exceptuamos ámbitos en los que no se puede evitar por ser materia de estudio (judiciales, policiales, forenses…), la muerte se algo a evitar, innombrable. Habría otro ámbito que no es sino el poético; al menos entre los poetas que entienden la poesía como algo más que un ejercicio doméstico de prosa elegante (de una sencillez pretenciosa y falsa). Tengo que traer aquí a colación algo que me ocurrió hace años con el investigador y erudito Fredo Arias de la Canal. En su ingente tarea de investigación entre miles de poetas de todo el mundo, y con la influencia que él mismo declara de figuras insignes del psicoanálisis, en especial la de Carl Jung y la de Begler, Arias de la Canal plantea que los poetas se mueven bajo la influencia de experiencias oraltraumáticas vividas en etapas tempranas de la existencia; en especial en la etapa oral de la niñez, cuando dependemos del pecho de nuestra madre para sobrevivir. Según su teoría, muchas de las imágenes que asaltan al poeta (estrellas, fuego, serpientes…) se deben a alucinaciones tenidas en algún momento de miedo a morir por hambre en ese periodo. Para mí, el impacto de esa teoría me llegaría a través de un encuentro personal que tuve con Fredo Arias en el Parador Nacional de la Alhambra en una visita que hizo a Granada y en la que aprovechó para citarme y hablar conmigo. Me dijo en dicho encuentro que de mis metáforas se deducía que yo había tenido que vivir una experiencia de miedo a la muerte por hambre en mi etapa infantil, cuando aún tomaba pecho de mi madre. Mi primera noticia de Arias de la Canal me había llegado a través de su revista Norte, en la que incluía un poema mío que hablaba de un paseo en bicicleta al amanecer y en el que aparecía una imagen de decapitación. Yo ni siquiera había sido consciente al escribirlo de que hablaba literalmente de un frío que “rebanaba el cuello”.

Después, Arias de la Canal había leído más poemas míos y me dijo con una seguridad que me impresionó: pregúntele usted a su mamá si en el periodo en que yo aún tomaba pecho ocurrió algo con su alimentación. Así lo hice. Nada más llegar a casa de mi madre le pregunté eso y, para mi sorpresa, me contó que en una ocasión me llevaba mi hermana mayor en un carrito y, sin querer, lo volcó y yo lloré mucho, pero ellas no le dieron mayor importancia. Solo que durante casi una semana yo no paraba der llorar cada vez que me ponía a tomar pecho. Me llevaron al médico y cuando este me examinó, se sorprendió de que no se hubieran dado cuenta antes. Yo tenía la lengua cortada en parte (aún conservo cicatriz de la herida; la vi tras contarme eso mi madre) y por eso no podía mamar. No pudieron hacerme nada, pues ahí no se podían echar puntos. Se curaría sola. Pero en ese tiempo mi sensación de desamparo y de miedo a morir por hambre debió ser tremenda.

Es posible que esa teoría tenga bastante de acertado. Y que pueda explicar por qué sí hay poetas que hablen de la muerte en estos tiempos en los que esa palabra es tabú para la gran mayoría de la gente; incluidos insignes filósofos. Sin embargo, nada nos hace más humanos que nuestra propia muerte. El oculto fundamento de la historicidad hay que buscarlo en el auténtico ser-para-la-muerte, es decir, en la finitud de la temporalidad; dice Heidegger. Lo que ocurre es que en un mundo tan materialista y una mentalidad tan racionalista como la de nuestra civilización que sólo ve la nada tras la muerte, el sentido de nuestra existencia queda colgando ante el abismo y con un desvalimiento tal que sólo puede llevar a afirmaciones como aquella de Sartre de que el hombre es una pasión inútil. Y, si uno no quiere verse como un absurdo resultado del azar, por fuerza ha de ignorar la presencia de la muerte. Pero mirémosla con valor y enfrentémonos con ella al sentido de nuestro Ser:

Es Nietzsche el que sigue de manera lúcida el rastro de la idea de la muerte en nuestra actual civilización. Para él, es primero Sócrates el que contribuye a la muerte de la tragedia griega, que intentaba neutralizar la muerte para poder sufrir el horror del ser. El Sócrates moribundo se ha liberado del miedo a la muerte valiéndose de la razón para hacer inteligible, y por tanto justificada, la existencia. Y será Platón el que siga la estela de Sócrates, cuando en su Fedón le haga decir: Es muy posible, en efecto, que pase inadvertido a los demás que cuantos se dedican por ventura a la filosofía en el recto sentido de la palabra no practican otra cosa que el morir y el estar muertos. El problema es que la explicación científica está ligada al mundo físico y al cuerpo y cuando estos desaparecen, ya no sirve la explicación. Para Nietzsche, este hombre que expulsó de sí mismo el miedo a la muerte, padeció desde los comienzos la enfermedad de la negación de la vida.

El siguiente peldaño en la idea occidental de muerte viene del binomio Cristo-Pablo. La imagen de la muerte de Cristo en la cruz (muerte como castigo) y el deseo de venganza por parte de los débiles (el ressentiment), con la interpretación añadida de Pablo de Tarso que pone en contradicción la vida terrena y la del más allá en lugar de la contradicción entre vida verdadera y falsa, coloca a la muerte como una transición (über-gang); no es, por tanto, un fin inmanente, sino una estación hacia la resurrección y la inmortalidad. Eso convierte a la muerte en un acontecimiento moral y al “lecho mortuorio”, más que en un sitio en sí mismo, en el terreno de la lucha metafísica entre la salvación y la condenación. Nietzsche advierte que en su programa de transvaloración tendrá un papel importante la separación del pecado y la muerte.

En definitiva, Nietzsche condena la visión socrático-platónica y la cristiano-paulina porque ambas arrancan la muerte de la inmanencia de la vida y ambas consuman deliberadamente a su portadora: la vida. En su concepción inmanentista de la vida, cada cual decide continuamente, no sólo su propia vida, sino también su propia muerte mientras le da sentido a su vida. Y cita a Goethe cuando dice sobre la naturaleza que la vida sea la invención más bella de ella y la muerte sea también su truco (kunstgriff) para tener mucha vida. De Nietzsche son también estas palabras:

Sólo cuando envejezcas advertirás cómo prestaste oídos a la voz de la naturaleza, de esa naturaleza que gobierna el mundo a través del placer: la misma vida que tiene su vértice en la vejez tiene también su vértice en la sabiduría, en ese dulce resplandor solar de un constante júbilo espiritual; ambas, la vejez y la sabiduría, te las encuentras en una misma cresta de la vida: así lo ha querido la naturaleza. Entonces es hora y no ningún motivo para enfadarse por que se aproxime la niebla de la muerte. Hacia la luz tu último movimiento; un hurra por el conocimiento tu último suspiro.

De Humano, demasiado humano


Cabe citar aquí el Corán, cuando dice: Haces que la noche entre en el día y que el día entre en la noche. Haces salir lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo; y provees a quien quieres sin limitación (3,27). O cualquiera de la multitud de aleyas en que insiste en la Creación-Destrucción-Recreación de Allah sobre sus criaturas.

En esa línea está también lo que Heidegger explica cuando argumenta que al Dasein (estar-ahí) le pertenece un no-todavía que él habrá de ser y que ese existir jamás habrá alcanzado su integridad mientras existe; pero si la alcanza, su logro consiste en absoluta pérdida del estar-en-el-mundo: el estar vuelto hacia ella (la muerte) hace comprender al Dasein que ante sí y como extrema posibilidad de existencia se halla la renuncia de sí mismo. La muerte, pues, no es una condena, sino la condición de nuestro existir y no hay que huir de ese hecho, sino asumirlo como expresión máxima de la existencia auténtica.

Es Heidegger, también, el que dice que los mortales son aquellos que pueden hacer la experiencia de la muerte como muerte. El animal no es capaz de ello. Deleuze, sin embargo, nos dice que el animal es el único que sabe morir y Chantal Maillard, más cerca de este último que del primero, nos dice en sus “Diarios indios”: Son extraños los males que los hombres inventan y es tan simple la muerte como el roce de un silencio cuando la luz se apaga.



El predominio de la razón propicia un desarrollo de la técnica que permite avances enormes en las condiciones vitales de supervivencia y en la comodidad (incluso la del “matadero”, como Jünger nos recuerda). Y el endiosamiento de la técnica, no ya como medio, sino como fin en sí mismo hará que pensadores como Derrida digan que ya no se puede disociar el principio de razón de la idea misma de la técnica en el régimen de su común modernidad. Había sido Goya el que, en su genialidad, dijo aquello de que el sueño de la razón produce monstruos, y será María Zambrano la que observe: El poeta es el único capaz de destruir los monstruos construidos por la razón. Antes de ella, Nietzsche había dicho: Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

Alain Badiou escribe:

La técnica es la voluntad de inspección y dominio sobre el ente tal cual es, como fondo disponible sin límite a la manipulación esclavizadora. El único concepto del ser

que conoce la técnica es el de materia prima, propuesta sin restricción en la activación del querer-producir y del querer-destruir desencadenados.


En el intento de dominio absoluto de la vida bajo su control, la técnica se enfrentará a una patética lucha por vencer aquella que le tira todo su control por la borda: la muerte. Pero por más conquistas que realiza en los ámbitos de la física, de la medicina, y de toda su maquinaria de lucha contra los estragos del tiempo y de maquillar la realidad, la muerte sigue mandando sus heraldos negros.


Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

César Vallejo

Y la angustia vital ante la seguridad de la existencia personal y el acecho “de la nada”, se hace presente cuando menos se le espera.


NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma

Y la herida sigue latiendo en la propia sustancia de la vida.


Y abriré, como siempre, la ventana

hacia la lluvia o hacia el sol naciente,

hacia una primavera indiferente

en que tan sólo es flor aún la manzana.


Y yo me iré. Tranquila, la mañana

tendrá pájaros ebrios en su frente;

mi tortura será tu seno ardiente,

tus muslos tibios, tu silencio grana.


Indiferente todo a mi partida,

feliz el cielo en su certero engaño,

terrible el tiempo en su perenne huida,


irás a la ventana:

Te hará daño


la luz. Y sin mis besos en la herida,

al mirarte al espejo, dolorida,

verás tu propio cuerpo como extraño.


Antonio Carvajal


Es Simone Weil la que, en referencia a la inmortalidad, nos dice: La creencia en la inmortalidad es perjudicial, porque no entra dentro de nuestra capacidad representamos el alma como verdaderamente incorpórea. Así pues, esa creencia, es en realidad, una creencia en la prolongación de la vida, anula la función de la muerte.

Hablar de “inmortalidad” en referencia a un poco de fama que se prolonga en el tiempo, no deja de ser una broma macabra, pues en el credo íntimo de quienes barajan ese concepto late la presencia inevitable y certera de la nada que el propio mundo de la ciencia y de la “diosa técnica” anuncian en el devenir cósmico y en las propias leyes de la física. El drama, pues, está servido para el hombre moderno, dueño y víctima a la vez de su propio poder material, en el fondo tan indigente y vacío. Si se ha cercenado el reino del espíritu, se ha vaciado la existencia de cualquier sentido sagrado y se ha cegado cualquier acceso a lo divino, la muerte, por fuerza, no puede ser ni consejera ni parte de la vida (mucho menos su culmen) ni amiga. Es una enemiga cruel e inclemente contra la que luchar y, a la vez, de la que olvidarse hasta el punto de convertirla en tabú de manera que no empañe nuestra felicidad o, más bien, que así lo parezca: crear una apariencia de felicidad vacía y falsa; una máscara que sonríe.

Y todavía tenemos el misterio del sueño, que en Freud se utiliza con fines terapéuticos y en Jung llega a ser considerado un nivel de realidad distinta en la que incluso se nos pueden aparecer espíritus de antepasados “de forma real”, y en el que tenemos auxiliares psíquicos como el ánima o el ánimus. Los antropólogos, se han encontrado al convivir con seres humanos que todavía estaban en la edad de piedra en la Australia aborigen, que estos les hablaban de la “época del sueño” y que en los sueños habían aprendido cosas que les fueron de utilidad y aplicación práctica en la vigilia. ¿Y quién puede saber si en nuestra edad de piedra algunos de los “grandes descubrimientos” y avances posteriores nos llegaron a través del sueño y sus secretos? Y todavía más, ¿quién puede negar de manera rotunda y absoluta lo que afirma Segismundo en su famoso monólogo en La vida es sueño, de Calderón?


Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.




Ortega sostiene que a la situación angustiosa y alienada en que vive el hombre de nuestra civilización, se ha añadido para aumentar el sufrimiento de los europeos, la falta absoluta de claridad sobre eso que sufrían: El dolor quedó y queda multiplicado por la tiniebla en que se producía. “Esto es –explica Antonio Gutiérrez Pozo en su artículo Filosofía y poesía en sentido postrágico: Ortega, Heidegger y Adorno- lo peor que podía pasarle al hombre: no saber siquiera lo que le pasa, ni saber quién es. Lo que nos pasa, por mor de la falta de claridad sobre lo que nos pasa, está ocurriendo 'sin dolor', es decir, está ocurriendo, pero nosotros no lo experimentamos como tal, y por eso el hombre de la voluntad de poder, tecnificado y alienado, cree que está arraigado, que está en su ser, y cree también que sabe de sobra quién es. No siente el dolor del desarraigo, la extranjería y la oscuridad. Pero esa conciencia sentiente sería a fin de cuentas lo único que podría ponerle en camino de salvación: La conciencia del naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación. Sin conciencia del dolor y la alienación no hay salvación. El peor peligro, insiste Adorno, es que pensemos que no hay peligro, que todo va bien”.

María José Gea Marín, en su trabajo de campo “Algo que decir sobre la muerte”, nos dice: El enfermo o moribundo se encuentra entre dos mundos. Tiene que hacer frente a su pasado, a lo que ha sido, en un presente que le hace ver hacia dónde se dirige. Su futuro es el vacío, la nada. Siente que lo que le ha llevado tanto tiempo construir va a dejar de existir. La idea de que la muerte social se produce antes que la física, es la que provoca que el individuo trate de que ambas se acerquen, vayan parejas, no estén tan desfasadas, luchando para que su existencia social perdure hasta el momento de su muerte física. En ese trabajo entrevista a varios profesionales relacionados en su actividad con la muerte y, así, por ejemplo, en la entrevista que le hace a Rosa, doctora y docente en la universidad de Sevilla, nos dice esta doctora:

Y me acuerdo que una de las veces estoy en UCI, y de pronto vi, como si hubiese una especie de nebulosa dorada, entre él y su mujer. Pero es que miro a la otra cama de la UCI y pasa lo mismo entre el paciente y los familiares de alrededor. Empiezo a mirar y en todas las camas pasa eso. Hasta que miro una y en esa no, no había eso. Yo cuando veo esa especie de nebulosa, pienso que es una especie de energía del amor que hay entre unos y otros. Cuando miro allí y no veo nada, dije:

-¡Uy!, que poca conexión tiene que haber entre ese paciente y el familiar, la mujer.

Estoy pensando eso, cuando de pronto empiezan a pitar todos los aparatejos, nos echan a todos fuera y es que se había parado. El paciente ya se había ido, por eso yo no veía la nebulosa.

Entrevistadora: ¿y en el resto de camas qué pasó?¿ era gente que iba a morir también?

Rosa: no, no, la energía no tiene por qué ser en el momento de la muerte. Simplemente es la conexión que está habiendo entre las almas. Por eso era todo dorado y fluía muy bien. Había mucho cariño entre las personas que estaban allí con la persona que estaba mal. Y en la otra no había nada porque esa persona ya no estaba allí.


Algún racionalista dogmático y desconfiado podría suponer que Rosa está inventándose cosas. Otro tipo de racionalista que no se atreve a tachar de mentirosa a una persona que no conoce, pero tampoco quiere romper sus esquemas de un racionalismo radical y exclusivista, puede argumentar que lo que le ocurre a Rosa es que tiene visiones alucinatorias; en ese caso, teniendo en cuenta que la doctora no está drogada cuando ve aquello, habría que explicar a qué se deben esas “alucinaciones”; pero como eso no entra en el terreno racionalizable, se descarta, sin más. Un tercer tipo de personas creería en la presencia de espíritus y formas que la mera ciencia racionalista no es capaz de percibir. Y habría un cuarto tipo de personas que ni cree ni niega, pero admite que hay fenómenos que se dan que no siempre tienen explicación científica racionalista y que entran dentro de un terreno misteriosos que tenemos sin resolver.

Otro de los entrevistados por Mª José en su trabajo, Miguel Ángel, un juez de paz con mucha experiencia en atestados con muerte violenta, responde a una de las preguntas:

Yo lo que creo es que lo que nos han contado de que existen cosas o de que no existen cosas, de si existe o no existe otra vida nos lo han explicado con unas palabras que no sirven para explicar eso. Son palabras. A mí no me sirven esas palabras. Creo que no te lo puede explicar nadie. Por ejemplo, ¿tú o yo podíamos haber proveído lo que somos en el vientre de nuestra madre? Pues lo mismo le pasará a eso... es como vivir en un estado de inconsciencia ante lo que puede venir.

Y otro doctor, de nombre Fernando, que trabaja en un hospital de Granada y a menudo tiene que atender a pacientes moribundos nos dice: Yo creo que la muerte hoy en día se ha convertido en un problema. En una complicación. Creo que la gente hoy en día lo que busca es alejarse de los problemas y de las complicaciones. Entonces, antes la muerte se podía ver como un alivio como un fin, como un tránsito, pero hoy en día yo creo que la mayoría de la gente lo ve como un problema y cuanto menos pienses en problemas mejor vas a vivir. Y, en otra de las respuesta a la entrevista, después de reconocer que él no tiene capacidades extrasensoriales, su madre, sin embargo, sí, y en una ocasión en la que regresaba a casa después de asistir a un chico moribundo y observar que su madre encendía unas velas y ponía sal, al preguntarle que por qué lo hacía, mi madre me dijo que ese día, yo no llegué solo a casa, sino que vine acompañado con una presencia, que ella identificó como este chico y que parece que se había agarrado a mí, a la salida que yo le había transmitido y que no había tenido tiempo de despedirse de nada y que había sido todo muy rápido y que no sabía qué hacer.


Conocidos de sobra son los numerosos libros sobre experiencias cercanas a la muerte, de gente que se había dado por muerta pero regresó, tipo Vida después de la vida, de Raymond Moody y tantos otros después. Como en el caso de la doctora Rosa o el doctor Fernando se les puede despachar de forma irrespetuosa tachándolos de manera gratuita de farsantes, o mediante alambicadas explicaciones racionalistas que nos dejen tranquila nuestra creencia dogmática en el racionalismo estricto; pero ¿y si tienen parte de verdad? Porque si de algo tenemos certeza en esta vida es de que, tarde o temprano acabará. Y eso, lo encaremos o procuremos obviarlo, nos duele y nos asusta. Y hace que la muerte, pase lo que pase después, sea para nosotros en enigma que nos toma en su misterio y nos la convierte en la ausente más presente de nuestro tiempo mortal.



EL TIRO Y EL CEMENTERIO

«A la vista del cementerio, Bebidas.» ¡Muestra singular -díjose nuestro paseante-, pero buena para excitar la sed! De fijo que el dueño de esta taberna sabe apreciar a Horacio y a los poetas discípulos de Epicuro Quizá hasta conoce el profundo refinamiento de los antiguos egipcios, para quien no había buen festín sin esqueleto o sin un emblema cualquiera de la brevedad de la vida.»

Y entró, se bebió un vaso de cerveza frente a las sepulturas y se fumó lentamente un cigarro. Luego tuvo la ocurrencia de bajar a aquel cementerio de hierba tan alta, tan invitadora, y en que reinaba un sol tan rico.

En efecto, la luz y el calor eran rabiosos y hubiérase dicho que el sol, ebrio, se revolcaba cuan largo era sobre una alfombra de flores magníficas, alimentadas por la destrucción. Un inmenso rumor de vida llenaba el aire -la vida de los infinitamente pequeños-, cortado a intervalos regulares por el crepitar de los disparos de un tiro próximo, que estallaban como la explosión de los tapones del champaña en el zumbido de una sinfonía con sordina.

Entonces, bajo el sol que le calentaba los sesos y en la atmósfera de los ardientes perfumes de la muerte, oyó que una voz cuchicheaba en la tumba donde se había sentado, y la voz decía: «¡Malditos vuestros blancos y vuestras escopetas, turbulentos vivos, que tan poco os cuidáis de los difuntos y de su divino reposo! ¡Malditas vuestras ambiciones, malditos vuestros cálculos, impacientes mortales, que venís a estudiar el arte de matar junto al santuario de la Muerte! ¡Si supierais cuán fácil de ganar es el premio, cuán fácil de tocar es la meta, y cómo todo es nada, menos la Muerte, no os fatigaríais tanto, laboriosos vivos, y menos a menudo vendríais a turbar el sueño de los que tanto tiempo ha dieron en el blanco, en el único blanco verdadero de la detestable vida!»

Charles Baudelaire


IRREMEDIABLEMENTE

Mueren las rosas
a pesar de la lluvia.
Mi corazón doliente
poco alimento
puede cederles ya.
Dame la mano.
Tu agonía
en la mía
logrará ser más fuerte
que el agosto
y teñir con su sangre
ese desesperado
último aliento,
cerrar el grito
que nos lanzan
desde el color marchito
que casi envuelto en oro
amenaza irremediablemente sus corolas.

Clara Janés



COLOQUIO

Había muerto yo por la Belleza;
me cercaban silencio y soledad,
cuando dejaron cerca de mi huesa
a alguno que murió por la Verdad.
En el suave coloquio que entablamos,
vecinos en la lúgubre heredad,
me dijo y comprendí: Somos hermanos
una son la Belleza y la Verdad.
Y así, bajo la noche, tras la piedra,
dialogó nuestra diáfana hermandad
hasta que el rostro nos cubrió la yedra
y los nombres borró la eternidad.

Emily Dickinson

Y LA MUERTE NO TENDRÁ SEÑORÍO

Y la muerte no tendrá señorío. 
Desnudos los muertos se habrán confundido 
con el hombre del viento y la luna poniente; 
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios, 
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies; 
aunque se vuelvan locos serán cuerdos, 
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, 
aunque los amantes se pierdan quedará el amor; 
y la muerte no tendrá señorío.

Y la muerte no tendrá señorío. 
Bajo las ondulaciones del mar 
los que yacen tendidos no morirán aterrados; 
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden, 
amarrados a una rueda, aún no se romperán; 
la fe en sus manos se partirá en dos, 
y los penetrarán los daños unicornes; 
rotos todos los cabos ya no crujirán más; 
y la muerte no tendrá señorío.

Y la muerte no tendrá señorío. 
Aunque las gaviotas no griten más en su oído 
ni las olas estallen ruidosas en las costas; 
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten 
ya más la cabeza al golpe de la lluvia; 
aunque estén locos y muertos como clavos, 
las cabezas de los cadáveres martillearan margaritas; 
estallarán al sol hasta que el sol estalle, 
y la muerte no tendrá señorío.

 Dylan Thomas


MUERTE NUPCIAL

El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota como la tierra, se sume en la besana
donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.

Pasar por unos ojos como por un desierto;
como por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
el corazón a nadie, que todos la enarenen.

Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.

Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
se veían, más lejos, más en uno fundidos.
El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
Atravesaba el lecho la patria de los nidos.

Entonces, el anhelo creciente, la distancia
que va de hueso a hueso recorrida y unida,
al aspirar del todo la imperiosa fragancia;
proyectamos los cuerpos más allá de la vida.

Expiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados los ojos hacia arriba un momento,
y al momento hacia abajo con los ojos plegados!

Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.

Miguel Hernández

DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido, 
En los vastos jardines sin aurora; 
Donde yo sólo sea 
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. 

Donde mi nombre deje 
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
Donde el deseo no exista. 

En esa gran región donde el amor, ángel terrible, 
No esconda como acero 
En mi pecho su ala, 
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. 

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 
Sometiendo a otra vida su vida, 
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. 

Donde penas y dichas no sean más que nombres, 
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; 
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
Disuelto en niebla, ausencia, 
Ausencia leve como carne de niño. 
Allá, allá lejos; 
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda


Cuando esté con las raíces

llámame tú con tu voz.

Me parecerá que entra temblando

la luz del sol.

Juan Ramón Jiménez


A ORILLAS DEL DUERO
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía,
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Antonio Machado


SONETOS DE ORFEO (1ª PARTE, XIX)

Rápido cambia el mundo,

como formas de nubes.

A casa, a lo primigenio,

retorna todo lo consumado.

Por encima del cambio y la marcha,

más grande y libre,

dura todavía tu canto previo,

dios de la lira.

No se reconocen los sufrimientos,

no se aprende el amor,

y eso que en la muerte nos aleja,

no se desvela.

Sólo el canto sobre la tierra

consagra y celebra.

Rilke



EPITAFIO AL PRÍNCIPE DON CARLOS

Aquí yacen de Carlos los despojos:
la parte principal volvióse al cielo,
con ella fue el valor; quedóle al suelo
miedo en el corazón, llanto en los ojos.

Fray Luis de León


LO INEFABLE

Yo muero extrañamente...No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...

Cumbre de los Martirios!...  Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz!...

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable!...  Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini




DE FUERTEVENTURA A PARÍS

SONETO LVI

Al frisar los sesenta mi otro sino,

el que dejé al dejar mi natal villa,

brota del fondo del ensueño y brilla

un nuevo porvenir en mi camino.


Vuelve el que pudo ser y que el destino

sofocó en una Cátedra en Castilla,

me llega por la mar hasta la orilla

trayendo nueva rueca y nuevo lino.


Hacerme, al fin, el que soñé, poeta,

vivir mi ensueño del caudillo fuerte

que el fugitivo azar prende y sujeta;


Volver las tornas, dominar la suerte

y en la vida de obrar, por fuera inquieta,

derretir el espanto de la muerte.

Miguel de Unamuno


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.


Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.


Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.


Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte
.

Francisco de Quevedo



PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

No sé si estás dispuesto a agradecer la vida,

a morir enterrado en calles y suburbios

o en todos los lugares donde uno se muere

cada día, a cada instante;

como si uno muriera agradeciendo risas

o palabras que una vez nos dijeron

a pesar de pesares para sobrellevarnos;

agradeciendo dudas, respuestas,

valía la pena ser agradecido,

agradecer la vida,

recordar a los seres que agotan los abrazos,

el llanto por amor y no estar muerto

o descubrirse muerto y ser amado.



¡Qué difícil!

Un último recuerdo principio de principios,

y preparar la muerte a pesar del dolor.

Y se apaga el recuerdo,

y se apaga la brisa,

y se apaga la idea de agradecer

la vida a cada instante.

Javier Sánchez Menéndez

VELAS
Los días del futuro están delante de nosotros 
como una hilera de velas encendidas 
-velas doradas, cálidas, y vivas. 

Quedan atrás los días ya pasados, 
una triste línea de velas apagadas; 
las más cercanas aún despiden humo, 
velas frías, derretidas, y dobladas. 

No quiero verlas; sus formas me apenan, 
y me apena recordar su luz primera. 
Miro adelante mis velas encendidas. 

No quiero volverme, para no verlas y temblar, 
cuán rápido la línea oscura crece, 
cuán rápido aumentan las velas apagadas.

Kavafis. Versión de Miguel Castillo Didier












4

EL SER Y EL AMOR


Amor y odio son dos emociones que consideramos opuestas y, de hecho, lo son, pero como las dos caras de la misma moneda y son susceptibles (como ocurre en más de una ocasión) de transformarse el uno en el otro a poco que las circunstancias que propician uno u otro cambien y el yo que los experimenta cambie de perspectiva y de su receptividad hacia uno u otro aspecto de lo amado-odiado.

Spinoza nos define el Amor en su Ética como un Gozo que acompaña la idea de una causa exterior y el Odio como una Tristeza que acompaña la idea de una causa exterior. Influyen en ambos, pues, tanto una causa exterior como la idea que lo acompaña. Y esa “idea que lo acompaña” puede cambiar con el conocimiento más profundo, el descubrimiento de aspectos que no conocíamos en ella, o el simple trato y la empatía que surja con él. Y así, no es nada raro que acabemos odiando a alguien que amábamos, o viceversa.

No tan opuestos, y sin embargo mucho más contrarios, menos permeables y susceptibles de transformarse el uno en el otro son el Amor y el Poder. Y ello es así porque en cada caso el “yo” adopta una postura por completo incompatible con el otro. Mientras que con el poder el yo se retroalimenta y lo que procura es engordar y someter, acaparar y guardar, de modo que si lo reparte pierde y su “yo” es menos importante y menos protagonista, con el amor, en cambio, el “yo” se da, se ofrece y su tendencia es a disiparse en su camino hacia el Amor total, que vendría en la Unión con el Absoluto de la mística, en la que el “yo” se aniquila para pasar a formar parte de la Luz de la Eternidad. Con el poder, el “yo” quiere memoria de sí mismo y olvido del ser. Con el amor, el “yo” busca ese lugar donde habite el olvido (de sí mismo), ese lugar sin deseos ni ansiedad, entregado (disipado) en el Uno.

Simone Weil escribe en su Gravedad y gracia:

Nada poseemos en el mundo –porque el azar puede quitárnoslo todo–, salvo el poder de decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea destruir. No hay en absoluto ningún otro acto libre que nos esté permitido, salvo el de la destrucción del yo.

Y escribe también:

No se posee más que aquello a lo que se renuncia. Aquello a lo que no se renuncia se nos escapa. En ese sentido, no se puede poseer nada sin pasar por Dios.



Josep M. Rodríguez dice en un poema:


YO, O MI IDEA DE YO

Tengo tendencia a generalizar:

por eso escribo “bosque”

aunque sé que no hay dos árboles iguales,


por eso escribo “yo”.


Y sin embargo a ratos me construyo.

Y sin embargo a ratos me derribo.

O incluso las dos cosas:


como un niño que nace

en un barco que se hunde.


La sexualidad, que es una energía básica y primordial en los seres vivos (incluidos los humanos), puede jugar un papel distinto en ambas emociones: en el Amor es esa “pequeña muerte”, que dicen los franceses (algunos, al menos) que se llama así porque anticipa (o recuerda) a la otra: la que acabará con la presencia física de nuestro “yo”. Es una forma máxima de entrega y su gozo, máximo también, se da por eso: por la entrega, total y sin reservas, hasta el punto de que se pierde por instantes la noción de la realidad y de uno mismo. Pero, como energía poderosa que es, también puede ser utilizada para manipular, controlar y someter. No es entonces un gozo causado por entrega y por disolución de uno mismo (aunque sea momentánea) sino, más bien al contrario, lo que lo provoca es el deseo de controlar y poder utilizar al “adversario”, aunque sea amante con el que pasamos un rato agradable, pero, a la vez, en una lucha de poder, cuantificable y que, no solo no es entrega incondicional, sino que se hace balance de resultados y cuentas de rendimientos. El amor, al contrario que el poder, no disminuye cuando se reparte, puesto que como su naturaleza es “darse”, cuando más da, más grande es. Y todos los amores (paterno, filial, de amistad, de pareja…) pertenecen a la misma categoría mientras se mantengan en su naturaleza de amor (darse) y su culmen, su clímax final, su meta (consciente o no) es la Unión mística, el “amor divino”, que yace en el Recuerdo del ser y que nos provoca el anhelo de la Totalidad, la Eternidad, de la que el tiempo nos sacó aparentemente, y a la que volveremos cuando este cese y volvemos en fugaces momentos de esplendor interior. Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo, dijo Rafael Guillén en uno de sus versos más memorables. La verdadera belleza, la que no es triste, la que no necesita maquillajes ni trucos ni tramoya, está fuera del tiempo y hasta el amor apasionado, si es amor, a lo que aspira es a darse por encima del yo, que cuando el tiempo acabe será aniquilado, al menos en la forma en que lo podemos racionalizar. Simone Weil dice al respecto algo tan hermoso como esto:

Cuando el placer que estábamos esperando llega y nos deja defraudados, el motivo de esa decepción es que lo que esperábamos era el futuro, y ese futuro, una vez aquí, es ya presente. Sería preciso que el futuro estuviera aquí sin dejar de ser futuro. Absurdo del que solamente cura la eternidad.


Y es que tampoco amor y pasión son la misma cosa, ni de lejos; aunque puedan darse juntos y eso los haga más hermosos. Pero el amor es “acción”. Uno se da de forma activa y lo hace en plena libertad. La pasión, como su propio nombre indica, es “pasión”, o sea, algo pasivo, que se sufre o se goza –se padece-, pero apenas se controla (si es que se puede controlar aunque sea un mínimo). La pasión obedece a pulsiones y estas nos ganan, nos arrastran, no las decidimos e incluso, a menudo, pueden ser autodestructivas. Muchas adicciones, si no todas, lo son, y su fuerza se basa en la pasión, que no nos hace libres, sino, como mucho, apasionados. Uno puede “darse” con pasión y ahí el amor y la pasión podrían ir de la mano; pero incluso en ese caso, lo que hay de libre es lo que hay de amor (de darse); mientras que la parte de pasión pertenecería más al instinto, que lo “padecemos”, aunque en este caso sería de forma gozosa. Y, después de todo, en lo que de pasión hubiera, también habría algo de yo que se apega al tiempo y, en algún sentido, al poder que teme a la muerte y a la disipación del yo. Podría ser más intenso –toda pasión lo es- pero no más libre ni, necesariamente, más “bueno” y recordemos aquí al maestro Spinoza cuando nos dice en su Ética:

En cuanto a lo malo y a lo bueno, no indican igualmente nada positivo en las cosas, al menos consideradas en sí mismas, y solo son modos de pensar o nociones que formamos porque comparamos cosas entre sí.


En mi libro El Viaje infinito, escribí:


La acción desata, la pasión ata,

la rabia enciende y el amor mata.


Quevedo dejó escrita esta maravilla sobre el amor:


Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 

Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 

Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.


Una de las asociaciones más perseverantes y presentes en la poesía es la del amor con la muerte. Desde el punto de vista racional, al menos en principio, no parece algo lógico, pues el primero tiene que ver con la vida (todavía más si lo confundimos con la pasión y la sexualidad) y desde el punto de vista psicológico, ya nos explica Freud que erótico y tanático son dos impulsos contrarios. Sin embargo, basta profundizar en nuestra existencia y rascar un poco en la envoltura del yo para que el olvido del ser se desprenda de su caspa y aparezca el sentido de esa pertinaz asociación poética; o lo que es lo mismo, de la palabra traída por el corazón y lo que María Zambrano llama “razón poética”.


LA MUERTE Y LA VIDA

¡Ah, vida exultante, siempre tan amada!

Si al fin te culminaras como en un estallido

de sonidos alados que fulgen en el todo.

¡Ay, muerte tan querida…!

¡Quién, en un sueño aleve, no hallara que en tu amor

la plenitud del ser se hace brillo en el agua!


Y vago por la senda, feliz de disfrutar

tanta belleza exhausta,

tanta pasión que clama, tanta feliz unción,

tanto paisaje grande que eleva el corazón,

tanta flor diminuta, tanto polvo en la piedra,

hermosos al mostrarse entre la luz sencilla.

Pero un dolor de ser se me viene clavando

y me abre entre la sombra, una sangrante herida.


¡Ay, vida generosa, cómo te amo!

¡Ay, muerte dolorosa, que te llamo!

¡Ay, muerte y vida y qué y cómo y cuándo!

¡Ay, vida y muerte y caminar cantando!

¡Ay, muerte y vida, como en pozo redondo!

¡Ay, vida y muerte!,

¡y qué alegría tan alta y qué dolor tan hondo!

De mi libro El viaje infinito


Nuestro “yo” si no sabe (o no quiere saber), al menos intuye –siente- que el amor es, en efecto, el motor de la vida y que su meta final, lo quiera o no, es su muerte; su extinción, pues, como yo físico, más allá de subterfugios culturales de pretendidas inmortalidades en la memoria de la gente, que tampoco es inmortal. Sabe pues –aunque sea con esa sabiduría “subterránea”- que amor y vida, no solo están ligados a la muerte, sino que culminarán en ella. Y que si algún sentido tiene eso, solo puede estar en una pervivencia “más allá de la muerte”, de modo que, como bien dice Quevedo, polvo sea, más polvo enamorado.


El intelectual está siempre luciéndose,
el amante, siempre perdiéndose.
El intelectual se escapa
por miedo a ahogarse;
todo el asunto del amor
es ahogarse en el mar.
Los intelectuales planean su reposo;
los amantes se avergüenzan de descansar.
El amante siempre está solo.
Aun si está rodeado de personas;
como el agua y el aceite, él permanece separado.
El hombre que se toma la molestia
de dar consejos a un amante,
no consigue nada. Es burlado por la pasión.
El amor es como el almizcle. Atrae la atención.
El amor es un árbol, y los amantes, su sombra.

Rûmi


El Amor total y verdadero, entonces, si es que eso existe (y si no es así, cerremos el libro y este cuento está acabado, bastante duró ya) solo puede ser el amor místico, más allá del yo individual y temporal que se extingue y desaparece como tal tras su muerte física. Lo que venga después quién lo sabe.

De ahí que algunos de los más bellos poemas de amor los hayan escrito místicos como Santa Teresa o S. Juan de la Cruz, que nos dicen:

VIVO SIN VIVIR EN MÍ
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

Sta. Teresa de Jesús


(ESTROFAS ESCOGIDAS DEL) CÁNTICO ESPIRITUAL

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

(…)

Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.

(…)

por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más seguro.

S. Juan de la Cruz


Tal como Michel Hulin nos aclara en su libro La mística salvaje:

a condición de estar suficientemente atentos –y, sobre todo, suficientemente desprendidos de prejuicios intelectualistas, empiristas y otros-, podríamos asistir, en el más modesto, en el más fugitivo de los placeres, a ese eclipse del Yo y a ese repliegue en las alas del deseo en que consiste la esencia de la felicidad.

Felicidad que podríamos intercambiar con suma facilidad por Amor, en el sentido en que venimos reflexionando: darse, entregarse por completo a la vida en su experimentación luminosa (a través de un darse a otros, pero también en determinados momentos de éxtasis místico, contemplativo, artístico o ante la percepción de un paisaje, una obra de arte o un momento que te “enajena de ti”, en un darse al ser, a la propia existencia en su Recuerdo del Uno).



El Amor es insensato, no razona.
La Razón busca un beneficio.
El Amor se te declara,
consumiéndose, inmutado.

Sin embargo, en medio del sufrimiento,
el Amor avanza como una rueda de molino,
sencilla y de dura superficie.

Habiendo muerto de interés personal,
lo arriesga todo y pide nada.
El Amor pierde apostando cada regalo
otorgado por Dios.

Sin causa, Dios nos dio el Ser;
sin causa, devuélvelo otra vez.

Rûmi


En el aire del camino de campo, que cambia según las estaciones, madura la sabia serenidad con un mohín que a menudo, parece melancólico. Este saber sereno es lo Kuinzige. Quien no lo tiene no lo obtiene. Quienes lo tienen, lo obtuvieron del camino de campo. En su senda se encuentra la tormenta de invierno y el día de la siega, coinciden lo vivaz y excitante de la primavera con lo quedo y feneciente del otoño, están frente a frente el juego de la juventud y la sabiduría de la vejez. Pero todo rebosa serenidad al unísono, cuyo eco el camino de campo lleva calladamente de aquí para allá. La sabia serenidad es una apertura a lo eterno. Su puerta se abre sobre los goznes antaño forjados con los enigmas de la vida por un herrero experto.

Heidegger


La lucha por el poder (y el predominio del yo) trae consigo emociones que le son propias: codicia, usura, vanidad, soberbia, envidia… La entrega en el amor, en la medida en que se libera de su afán de poder y su yo se aparta, trae consigo sus propias emociones y actitudes: generosidad, sencillez, humildad genuina (no fingida), desapego, alegría por el gozo de los demás y com-pasión (pasión compartida) que, aunque participa de una parte pasiva pues, al fin y al cabo es pasión –padecimiento- lo que se comparte, el hecho de compartirla exige una acción, y una acción de darse al otro. Necesita del amor.


La razón es una herramienta poderosa y útil para el animal “racional” que es el ser humano. Pero puesta al servicio del yo y de su afán de poder y dominio sobre la naturaleza y la vida –y, si puede, de la muerte- a lo que es abocado es al mundo como sistema, con la técnica endiosada y convertida en dueña y señora de la existencia. Y de los seres humanos, al final una mera prolongación del “aparato”, que ya no es medio, sino fin; y pendientes de “tener más”, controlar sus mecanismos y engrasar la maquinaria.


La realidad del mundo la hacemos nosotros con nuestro apego. Es la realidad del yo trasladada por nosotros a las cosas. En modo alguno es la realidad exterior. Ésta no es perceptible más que por medio del desapego total. Mientras quede un hilo, habrá asimiento.

(…)

El avaro, por ansia de su tesoro, se priva de él. Si se puede poner todo el bien de uno en algo que se esconde en la tierra, ¿por qué no en Dios? Pero cuando Dios llega a estar tan lleno de significación como el tesoro para el avaro, repetirse intensamente que no existe. Advertir que se le ama aunque no exista. Él es quien, mediante la noche oscura, se retira para no ser amado como el tesoro por el avaro.

Simone Weil

Javier Sánchez Menéndez en su prólogo al libro Poemas, de María Zambrano, nos explica el concepto de La Aurora, en la insigne pensadora, como lo que ha quedado (el baqâ sufí tras la extinción –fanâ- de todas las pasiones) de originario en el ser humano de algo que es “no poder”, frente al “reino del sol” triunfante que todo lo hace sucumbir al puro afán de poder. La poesía, así, como hija de la Aurora, viene a ser lo contrario al poder, lo que se le ha escapado y permanece indemne frente a su imperio.

En ese mismo sentido, hay un espacio intermedio (que podría corresponderse con el barzâj del que habla el sufismo, tan caro a nuestra autora) poético, que recorre todos los tiempos y atraviesa a la propia historia trágica del poder. Y ese espacio intermedio es guía del nacimiento de la poesía –la poiesis- y por él se da, no ya el eterno retorno de los mismo (que Zambrano considera un “éxtasis malogrado” de Nietzsche) sino el eterno retorno de la Aurora: la más pura poesía que rige toda la creación. El modelo de la pura belleza y beatitud sin sombra que está en el anhelo más profundo del ser humano.

Hablando de nuestro tiempo y de Zambrano, nos dice Javier Sánchez Menéndez: La cuestión radica en la situación actual en que se halla el mundo desde la modernidad: la era de la conciencia más superficial y del yo erguido, que, para la pensadora, de un modo cada vez más agudizado en sus últimos escritos, ha llevado a Occidente a “una de las noches más oscuras de los tiempos que conocemos”, en la que todo es “color de imperio, de comercial imposición”, y puramente regido por la “razón técnica”. En estas condiciones, la filosofía, poseída por el positivismo, el pragmatismo y la razón técnica, se ha convertido en un pobre arroyuelo de las aguas primeras e incluso de las segundas (según la visión tan gnóstica de María Zambrano), y la poesía se ha abocado a lo peor que ella puede ser; una impasibilidad inoperante, incapaz de reconducir el pensamiento a sus infernales raíces.


EL AGUA ENSIMISMADA

Para Edison Simons

El agua ensimismada

¿piensa o sueña?

El árbol que se inclina buscando sus raíces,

el horizonte,

ese fuego intocado,

¿se piensa o se sueña?

El mármol fue ave alguna vez;

el oro llama;

el cristal, aire o lágrima.

¿Lloran su perdido aliento?

¿Acaso son memoria de sí mismos

y detenidos se contemplan ya para siempre?

Si tú me miras, ¿qué queda?

María Zambrano


En carta a su amigo Rafael Dieste, con fecha 3 de enero de 1948, María Zambrano le escribe: …Y te diré una oración –del Zen- que me digo casi a diario: Señor, que yo vea mi rostro tal como era antes de que yo naciese –el yo primero, y quizá el segundo, sobra-, que tú veas el tuyo también pues que existe, y solo quienes están a punto de alcanzarlo pueden representar, dar en visión objetiva las máscaras de que está poblado el mundo.

Viendo esta oración tiene mucho sentido aquella pregunta de mi hijo, cuando era pequeño e insistía con más enfado cada vez que la repetía: papá, papá, antes de nacer, yo dónde estaba. Como María pide en su oración, que todos alcancemos alguna vez ese momento en que podamos ver (des-velar) las máscaras de que está poblado el mundo.


  • ¿De qué modo podría ser humano y divino,

para amar a la Vida y olvidar al Destino,

y no oír a la Muerte, que en silencio me llama?

Y una voz misteriosa gritó a lo lejos: ¡Ama!


  • Bien –murmuró el filósofo- mas por algo me quejo,

que mi amor a la Ciencia me hizo pobre y viejo,

¿cómo podría amar a lo que me desencanta?

Y la voz misteriosa tronó de nuevo: ¡Canta!


  • Bien –repitió el filósofo- mas sería mi canto

tan triste, que se haría mayor mi desencanto,

¿es que acaso podría cantar con voz risueña?

Y la voz de los montes gritó lejana: ¡Sueña!


Amargamente, el viejo sonrió, ¡que sueñe!

¡Que por la irrealidad lo tangible desdeñe!

¿lograría ser algo más que un falso adivino?

Y respondió la voz, gravemente: ¡Divino!


Esta vez el filósofo se ríe con estrépito:

  • Eso es manjar de jóvenes y yo ya estoy decrépito,

¡el sueño es una espada que brilla y después hiere!

Y el colérico eco le apostrofa: ¡Pues muere!

José Ángel Buesa


EL PUERTO

Un puerto es morada encantadora para un alma cansada de las luchas de la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura móvil de las nubes, el colorido cambiante del mar, el centelleo de los faros, son prisma adecuado maravillosamente para distraer los ojos sin cansarlos nunca. Las formas esbeltas de los navíos de aparejo complicado, a los que la marejada imprime oscilaciones armoniosas, sirven para mantener en el alma el gusto del ritmo y de la belleza. Y además, sobre todo, hay una suerte de placer misterioso y aristocrático, para el que ya no tiene curiosidad ni ambición, en contemplar, tendido en la azotea o apoyado de codos en el muelle, todos los movimientos de los que se van y de los que vuelven, de los que tienen todavía fuerza para querer, deseo de viajar o de enriquecerse.

Charles Baudelaire


NACIMIENTO

Mírame como si fuese la primera vez,

como un recién nacido, vibrante y luminoso,

presencia que las aguas sostienen y transforman,

mientras los sauces tiemblan en su danza de viento.


Mírame ahora, antes de que la pinza

del escorpión, el soplo del olvido,

despierten en mis labios el sabor de la tierra,

antes de que las horas me cubran de ceniza,

y el ocaso convoque los signos de la muerte.


Porque habito el dominio de la carne visible,

donde todo comienzo deja un rastro de sombra,

y la lluvia germina en el cadáver

hierbabuena y tomillo donde hubieron palabras.


Tú que eres más que lluvia: cuerpo de luz, fluyente,

claro cuerpo de agua,

déjame que me pierda por el río interminable de tus ojos,

condúceme a ese espacio sin fronteras ni origen

donde la vieja alquimia del amor resplandece.


Mírame entonces, sí, por vez primera

y contempla mi rostro, antes no comprendido,

ya caída la máscara y su ceño de barro,

uno mismo y cambiante con el agua que fluye.

Emin Alzueta


JUSTE MILIEU

No hace falta una bola de cristal:

basta haberlo sentido… Se hace añicos

la pantalla –sea sutil o de acero-

que divide la propuesta danzante

de la carne al espíritu,

de la dulce vehemencia del amarse.

Juana Rosa Pita


MEDITERRÁNEA

Me es grata la soledad y me es caro

el silencio que conduce al secreto

de mi insignificancia,

alejado de la miseria ajena

y enfrentado a la propia.

Desde mi atalaya de sal diviso

los navíos sobre la banda azul

de horizonte y, en la tarde pacífica,

la luz estalla en la cal de las piedras

hasta cegar mis ojos.

Nada extraño perturba esta brisa

ni el concierto de las olas amantes

que buscan con dulzura

las arenas rendidas a mis plantas

y un rubio sol fecunda con sus rayos.

Confinado en esta ínsula

donde nidifican los cormoranes,

tan solo el cielo y el agua me sostienen.

No anhelo nada más.

Me instalo aquí para esperar la muerte.

José Antonio Sáez


SALMÀ YAZIB

(Andalucía, 710-731)

Amado primo:

los pájaros me llaman.

Nunca dije no

cuando me invitaste a tenderme.

Ni cuando despuntó la aurora.

Entonces dijiste:

pasta en mí

corza y gacela.

Clavaste mis encías.

Me llenaste de ti.

Y mi collar corrió como un río.

Pero los pájaros me llaman.

¿Serás mi refugio y asilo?

Échame tu cuerpo dorado encima.

Fíjame en el corazón profundo.

Traspásame.

Haz que permanezca

y renazca.

Devuélveme la vida deliciosa

que no volaré sino cuando haya fallecido.

Aimée G. Bolaños



QUÉ RUIDO TAN TRISTE

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

Luis Cernuda

Por si acaso los bosques de un exilio en la playa

o prefieres entonces renombrar la derrota

y retomas en cueros nuestra noche canalla

y decides de pronto que te llamas gaviota.


Por si acaso los ecos de una vieja muralla

o descubres un libro, una cumbre y te agota.

Por si acaso la tarde, el dolor, la batalla.

Por si acaso concluyes y me dices idiota.


Y las voces cansadas y también el invierno,

la vejez de la lluvia y el amor por si acaso

te requiero un camino que te lleva al infierno.


Y los gestos vencidos y también el desierto

y la cama tremenda y la paz del fracaso

por si acaso te llaman y te dicen que he muerto.

José Rienda



Cuando me vaya

Dejaré un silencio en el recuerdo,

sonidos de una voz que fue muy joven,

y un aroma de sándalo y cipreses

para que no me olvides.


Y ahora, cuando el sol desaparece,

y hay promesa de una noche clara,

las estrellas se esconden

y están muertas de tanta nívea luz.


Dejaré abierta la ventana.

Un gorrión divulgará mi huida,

y un frescor de mañana

anunciará mi marcha,

con trémula voz para llamarte.


Cuando me vaya

perderé las praderas,

los bosques encendidos de noviembre,

el verde del jardín en primavera,

la tenue luz de los planetas,

la sonrisa de un niño,

el calor de un amigo,

lágrimas de dolor por los caminos

que transité tan alta,

la caricia de un perro

que dio fuego a mis manos.


Cuando me vaya

habré perdido tantas cosas,

que creceré en trigal

por no morirme.

Mari Luz Escribano Pueo

Más tarde que el primer amor, se olvida

el aliento de mamá en las noches

de invierno, y el corazón de Julián

cuando saltaba, o el asma de papá,

que le daba un color azulado,

como las luces de las fiestas de Carlos.

Al primer amor lo olvidamos pronto,

casi sin darnos cuenta, de improviso,

en el recodo de unas medias negras,

en las laderas de unos senos blancos,

o en los ojos de alguien que te devora.

Es la imagen en el viejo papel

de la memoria que se borra rápido

con el borrador de unos besos cálidos

o con la palabra que nos evita

la soledad o la desesperanza.

Más tarde que el primer amor, se olvida

uno de sí, y anda perdido como

un fantasma, un barco a la deriva,

en busca de flecos de algún amor

del que no nos olvidaremos nunca.

Francisco Morales Lomas



La esencia del cantar no es el mensaje;

ni siquiera el cómo se cantó.

La esencia es el temblor.


La esencia del vivir no es lo que logras;

ni siquiera el cómo se luchó.

La esencia es el amor.

Emilio Ballesteros


¡Cuán divina la gacela con velo cubierta!

Con hocico indica, con párpados señala.

Adentro, las costillas y entrañas,

campo de vida abriga.


Mi corazón es capaz de adoptar todas las formas:
es un prado para gacelas, claustro para los monjes,
tablas de la Torá y los versos del Corán,

templo para los ídolos, meca de peregrinos.


A dónde vayan las monturas profesaré yo el amor divino.
Es esa mi fe. Mi religión es el amor.

Ibn Árabi


ÍNDICE ONOMÁSTICO

Adorno p. 97

Agustín, San p. 59, 60

Agustini, Delmira p. 109, 142

Álvarez, Ileana p. 43

Alzueta, Emin p. 133

Árabi, Ibn p. 6, 23, 61, 140

Arias de la Canal, Fredo p. 89 y 90

Ariés, Philippe p. 35, 82, 83

Aristóteles p. 8, 54,55

Ata ´illah, Ibn p. 29

Badiou, Alain p. 91

Ballesteros, Emilio p. 14, 47, 140

Baudelaire, Charles p. 37, 67, 101, 132

Bécquer p. 11, 12, 78

Begler p. 87

Bolaños, Aimée G. p. 135

Buesa, José Ángel p. 131

Calderón p. 95

Camus p. 23, 24, 27

Carvajal, Antonio p. 94

Cernuda p. 6, 106, 136

Cezanne p. 57

Colinas, Antonio p. 39

Corán p. 18, 19, 90, 140

Cruz, San Juan de p. 112, 121, 125

Chardin, Teillhard de p. 68

Darío, Rubén p. 11, 12, 13, 51

Deleuze p. 55, 56, 91

Derrida p. 91

Descartes p. 57

Dickinson, Emily p. 103

Dylan Thomas p. 104

Edith Stein p. 24

Einstein p. 67

Eliot, T. S. p. 8

Empédocles p. 4

Escribano Pueo, M. Luz p. 139

Esquilo p. 54

Estrada, Lucía p. 45

Evangelio de S. Juan p. 18

Freud p. 86, 95, 119

García Lorca, Federico p. 53, 71

García, Marcelo p. 11, 13, 14

Gea Marín, María José p. 97

Gil de Biedma, Jaime p. 93

Gómez, Teresa p. 38, 39

Goethe p. 90

Goya p. 91

Guillén, Rafael p. 52, 116

Gutiérrez Pozo, Antonio p. 2, 97

Hegel p. 9

Heidegger p. 9, 10, 11, 18, 24, 27, 28, 31, 32, 65, 66,84 88,90, 91,97

Heisenberg p. 63

Hernández, Miguel p. 105

Hierro, José p. 16

Hölderlin p. 10, 32, 54

Hulin, Michel p. 125

Jaldún, Ibn p. 68

Janés, Clara p. 102

Jayyam, Omar p. 76

Jiménez, Juan Ramón p. 107

Jung p. 87, 95

Kant p. 54, 55, 56, 57

Kavafis p. 112

Kerner, Justinus p. 46

Kierkegaard p. 27, 28, 30

Jesús, Santa Teresa de p. 121

Juarroz, Roberto p. 36

Jünger p. 35, 45, 70, 91

León, Fray Luis de p. 108

Machado, Antonio p. 107

Maillard, Chantal p. 42, 64, 91

Mantero, Manuel p. 41, 79

Marx, Carl p. 69, 86

Mendía, Gladys p. 63

Moody, Raymond p. 100

Morales Lomas, Francisco p. 139

Nietzsche p. 6, 7, 8, 9, 10, 20, 26, 68, 89, 90, 91, 129

Nishida, Kitaro p. 56

Ortega y Gasset p. 10, 97

Parménides p. 4, 18

Pavese, Cesare p. 80

Pessoa p. 7, 8, 26

Pita, Juana Rosa p. 63, 134

Plath, Sylvia p. 81

Platón p. 7, 55, 89

Plotino p. 55, 56

Quevedo, Francisco de p. 47, 110, 118, 120

Rienda, José p. 127

Rilke p. 108

Rimbaud p. 26

Rivarol p. 45

Rodríguez, Josep M. p. 115

Rûmi p. 55, 121, 127

Sáez, José Antonio p. 134

Saint-Exupéry p. 17

Sánchez Menéndez, Javier p. 34, 111, 128, 129

Sartre p. 22, 23, 24, 27 88

Schakespeare p. 22

Schopenhauer p. 25, 26, 80

Simons, Edison p. 129

Sócrates p. 7, 89

Sófocles p. 54

Spengler p. 68

Spinoza p. 19, 22, 68, 114, 117

Stewart, George R. p. 70

Tomás de Aquino, Santo p. 22

Tolstoi p. 83

Trullen, Guadalupe p. 25

Unamuno p. 6, 18,22, 27, 32

Vallejo, César p. 92

Weber p. 9

Weil, Simone p. 61, 94, 114, 116, 128

Zambrano, María p. 6, 8, 10, 11, 62, 91, 119, 128




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