domingo, 19 de enero de 2014

ALGUNOS APUNTES SOBRE EL LIBRO “EL VIAJE INFINITO”
(Extraídos del artículo: VIAJE A LA POESÍA: leyendo El viaje infinito; por Aimée G. Bolaños, Universidad de Rio Grande do Sul, Brasil)

La mirada se desliga de la percepción familiar, desvelando. Puede verse como “Debajo de la lluvia se escondió el gavilán./ con muros transparentes y nadie lo encontraba” (p. 57). El imaginario alcanza el brillo prístino de lo recién creado o increado, da vida a la belleza insondable.

Fundado en la diversidad de los espacios y la propia naturaleza del transitar, este libro integra un original imaginario. Su mirada es de gran sensibilidad para lo pequeño y oculto, tanto de superficies como abismal.

Antítesis paradojas, oxímoros, analogías imprevisibles, sinestesias, cambios de texturas y escala, enumeraciones fabulosas, correspondencias, disonancias forman el tejido verbal laberíntico y metamórfico típico de esta sensibilidad, no solo un estilo, sino constante cosmovisiva y estado espiritual.  El viaje infinito, y muy especialmente esta zona del libro, participa en una poderosa continuidad de la cultura hispánica.

Predominan los círculos y espirales, simbólicos de los ciclos naturales, del conocimiento. Aparecen otras maneras de leer y ver, los trayectos se desdoblan y comunican entre sí, incluyen alternativas. Los poemas-experimentos son modelos para descodificar y armar. Todo puede ser, si estamos dispuestos a jugar. El libro se torna espejo convexo, materia prismada, ingeniosa variación de constantes del arte poético.

Ensaya el poeta las variaciones de géneros, registros y estilos. Experimenta con tonos, rimas, ritmos, generadores de sentido, de modo que lo semántico interactúa con lo no semántico: sonido, ritmo, estructura, disposición tipográfica. El juego de la poesía torna lo más antiguo, contemporáneo; lo conocido, novedoso.
La poesía se  descubre en el continuum creativo y muestra su semiosis ilimitada. En los seis Fractales, sonidos aliterados, letras, palabras, imágenes se reiteran y prolongan entre sí, sin concluir.

Su naturaleza –temporal y fuera del tiempo– resulta intermediaria, provisoria; su tensión creativa, concéntrica,  pero de irradiaciones excéntricas. La forma se hace compleja y pluridimensional, heterodoxa, implica una trama de asociaciones y contactos fecundantes.

El poemario es una espiral, tan patente en el tao y el sufismo. Espiral recursiva y transaccional, de perspectivas recíprocas e intercambios que en su transcurso ilumina los contenidos, trayéndolos a la luz, a la vez que transforma los elementos que la componen, sobre todo, de entrada y salida, así como aquellos vinculados al determinismo causal.

Se vislumbra un panorama galáctico, exterior-interior, como en la cinta de Moebius o las imágenes de Piranessi y Escher, topografía imposible donde un hombre se pregunta “¿Qué números, qué rosas, que nombres, qué teoremas,/ crean tal maravilla?/ ¿Qué manos de alfarero/ modelan tal arcilla?” (p.198).
Como la espiral simbólica de El viaje infinito, tan expresiva de su autopoiesis, los sentidos avanzan y retroceden,  crean y destruyen, vuelven sobre sí, transformándose. ¿Ser transido de temporalidad o sin tiempo, viaje infinito o fugaz de la existencia, fin o comienzo? Lejos de la exclusión, estos opuestos que sin cesar nos interrogan son caminos hacia el rostro del ser en el viaje espiritual infinito que la poesía, al actuar sobre lo imposible, hace posible.

                              El viaje infinito; Emilio Ballesteros; Ed. Monema; Granada, 2014

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