ALGUNOS APUNTES SOBRE EL LIBRO “EL VIAJE INFINITO”
(Extraídos del artículo: VIAJE A LA POESÍA: leyendo El viaje
infinito; por Aimée G. Bolaños,
Universidad de Rio Grande do Sul, Brasil)
La mirada se desliga de la
percepción familiar, desvelando. Puede verse como “Debajo de la lluvia se
escondió el gavilán./ con muros transparentes y nadie lo encontraba” (p. 57).
El imaginario alcanza el brillo prístino de lo recién creado o increado, da
vida a la belleza insondable.
Fundado en la diversidad de los
espacios y la propia naturaleza del transitar, este libro integra un original
imaginario. Su mirada es de gran sensibilidad para lo pequeño y oculto, tanto
de superficies como abismal.
Antítesis paradojas, oxímoros, analogías
imprevisibles, sinestesias, cambios
de texturas y escala, enumeraciones fabulosas, correspondencias, disonancias
forman el tejido verbal laberíntico y metamórfico típico de esta sensibilidad,
no solo un estilo, sino constante cosmovisiva y estado espiritual. El viaje infinito, y muy especialmente esta zona del
libro, participa en una poderosa continuidad de la cultura hispánica.
Predominan los
círculos y espirales, simbólicos de los ciclos naturales, del conocimiento.
Aparecen otras maneras de leer y ver, los trayectos se desdoblan y comunican
entre sí, incluyen alternativas. Los poemas-experimentos son modelos para
descodificar y armar. Todo puede ser, si estamos dispuestos a jugar. El libro
se torna espejo convexo, materia prismada, ingeniosa variación de constantes
del arte poético.
Ensaya el poeta las variaciones
de géneros, registros y estilos. Experimenta con tonos, rimas, ritmos,
generadores de sentido, de modo que lo semántico interactúa con lo no
semántico: sonido, ritmo, estructura, disposición tipográfica. El juego de la
poesía torna lo más antiguo, contemporáneo; lo conocido, novedoso.
La poesía se descubre en el continuum creativo y muestra su semiosis ilimitada. En los seis
Fractales, sonidos aliterados, letras, palabras, imágenes se reiteran y
prolongan entre sí, sin concluir.
Su naturaleza –temporal y fuera
del tiempo– resulta intermediaria, provisoria; su tensión creativa,
concéntrica, pero de irradiaciones
excéntricas. La forma se hace compleja y pluridimensional, heterodoxa, implica
una trama de asociaciones y contactos fecundantes.
El poemario es una espiral, tan patente en el tao y el sufismo. Espiral
recursiva y transaccional, de perspectivas recíprocas e intercambios que en su
transcurso ilumina los contenidos, trayéndolos a la luz, a la vez que
transforma los elementos que la componen, sobre todo, de entrada y salida, así
como aquellos vinculados al determinismo causal.
Se vislumbra un panorama galáctico, exterior-interior, como en la cinta
de Moebius o las imágenes de Piranessi y Escher, topografía imposible donde un
hombre se pregunta “¿Qué números, qué rosas, que nombres, qué teoremas,/ crean
tal maravilla?/ ¿Qué manos de alfarero/ modelan tal arcilla?” (p.198).
Como la espiral simbólica de El
viaje infinito, tan expresiva de su autopoiesis, los sentidos avanzan y
retroceden, crean y destruyen, vuelven
sobre sí, transformándose. ¿Ser transido de temporalidad o sin tiempo, viaje
infinito o fugaz de la existencia, fin o comienzo? Lejos de la exclusión, estos
opuestos que sin cesar nos interrogan son caminos hacia el rostro del ser en el
viaje espiritual infinito que la poesía, al actuar sobre lo imposible, hace
posible.
El viaje infinito; Emilio Ballesteros; Ed. Monema; Granada, 2014
El viaje infinito; Emilio Ballesteros; Ed. Monema; Granada, 2014
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